◘ Heather O’Connor.
—¿Por qué trabajas para esos hombres? —pregunto, posando mi mirada en la suya.
Abre la boca, para decir algo, pero en seguida la vuelve a cerrar.
—¿No sabes qué decir? —me burlo, cruzándome de brazos, aunque me siento
asustada de repente. Él me da miedo, no entiendo por qué he sido tan
audaz. Además, ni siquiera me importa por qué trabaja para esos hombres,
es simple y sana curiosidad. —No es necesario que contestes. Lo siento.
No es asunto mío.
—Tienes derecho a saberlo. Pero yo no la obligación de decírtelo. Como
tú has dicho, no es asunto tuyo. No tiene nada que ver contigo. Es todo
culpa mía.
—No lo entiendo.
—No tienes que entenderlo —susurra, casi para sí.
Creo que se va a ir, pero se queda ahí delante. Mirándome. Con sus ojos clavados en los míos, sintiendo que me explora.
—¿No tengo que entenderlo? —grito—. ¿Disculpa? Pero me has secuestrado, merezco saber por qué, ¿no crees?
Sale de mi habitación. Me deja sola, como antes estaba. Ojalá hubiera
tenido algo que hacer, pero ni siquiera tengo mi bolso, aunque sea.
Me pregunto de verdad qué es lo que los incita a hacer todo lo que
hacen. Llevan años robando, cometiendo crímenes y esas cosas (lo sé por
las noticias, no creo que me equivocara con lo de «los más buscados de
Chicago»), pero dice que no quiere hacerlo. Entonces, ¿qué es lo que le
obliga a hacerlo? No lo entiendo. Y creo que no lo entenderé nunca. Y
dice que es algo por lo que se culpa constantemente. Tal vez hubo un
accidente alguna vez o algo así, pero no puedo imaginarme lo que haría
yo en un tal caso.
—Ven. Tienes que comer —oigo susurrar al otro lado de la puerta.
Le hago caso. Le tengo miedo. Su voz agresiva me araña los oídos. Sigo
sin poder creerme lo que me ha pasado, lo que me han hecho. ¿Yo?,
¿raptada? Ni en mis peores pesadillas.
♣ • ♣
Es de noche.
Las tres o así de la madrugada, y no puedo dormir. Creo que Drake no ha
llegado todavía, y me hace sentir desprotegida. A pesar de que a él
también lo odio. A él y a Jason. Los odio a ambos. Sigo sin comprender
cuál es su razón para hacerme todo lo que me están haciendo. ¿Qué será
difícil para ellos? Tengo que pasar un mes en este piso diminuto, del
que no puedo salir, con dos desconocidos que me han secuestrado. Y ni
siquiera conozco la razón. Hay muchísimas personas más ricas que mi
padre en Chicago. Banqueros, jueces, o incluso abogados o médicos.
Nuestros vecinos tienen también hijos de mi edad, año arriba año abajo, y
son más o igual de ricos que nosotros. ¿Qué hace a mi padre tan
especial? Ah, claro. Se me ha olvidado el factor del coche. Querían el
coche también. Pero fueron bastante descuidados. He visto las noticias
todos y cada uno de los días de mi vida que tengo doce años, sé todo lo
que han hecho. Y esa es otra de las razones por las cuales me dan tanto
miedo. Por las cuales necesito salir de aquí. Pero hay una cosa que no
echo de menos. Esas miradas. Estos chicos —a los que, repito, odio— no
me lanzan las miradas compasivas que sí hace el resto de gente que me
rodea. Cierto es que me miran con tristeza, pero porque no querían
hacerme lo que me están haciendo. O eso dicen, al menos.
El estruendo de un portazo se lleva el silencio que reinaba en el cuarto. Y con él, todos mis pensamientos.
Me pongo en pie una vez más, y miro este barrio de Chicago. Siempre me
pareció una ciudad maravillosa, pero eso era porque nunca antes había
pisado la zona pobre. Aunque, claro, puestos así, ninguna ciudad es
bonita.
Se abre la puerta de la habitación, con tanta fuerza y tanta rapidez que no me da tiempo ni a asustarme.
Cierro los ojos.
Algo o alguien me empotra contra la pared.
Me atrevo a volver a abrir los ojos.
Una mirada azul, vacía y agresiva como la de un animal, se clava en la mía.
—¿Qué haces? —susurro, con una fuerza que ni siquiera tengo.
Me levanta por encima del suelo, y me obliga a rodearlo con mis piernas.
Me golpea otra vez contra la pared. Mis mejillas empiezan a empaparse a
causa de las lágrimas. Me siento aturdida, la cabeza me da vueltas. Me
duelen las costillas por el golpe, y me he encogido para no ver lo que
pasa, aunque oigo el ruido de una hebilla, como si abriera el cinturón.
Las lágrimas vuelven a surcar mis mejillas con más rapidez. Muerde mi
cuello con fiereza, empieza a quitarme la camiseta… estoy tan asustada
que ni siquiera opongo resistencia. No servirá de nada. Bajo la vista, y
aunque por las lágrimas, todo lo veo borroso, sé que estoy en sujetador
y veo mi espalda y mi tórax llenos de moretones. Araña lo que queda al
descubierto. Me escuece.
Estoy tan asustada que ni siquiera puedo sentirme avergonzada por el hecho de estar sin camiseta.
Me tira a la cama, y siento como una bofetada. Se pone encima de mí y
siento punzadas por todo mi cuerpo. Me duele a horrores la espalda. Me
arranca los pantalones negros largos que llevo mientras no dejo de
soltar lágrimas. Él se quita los suyos. Una cortina de pelo me separa de
él y de su cara.
Muerde mi labio inferior, y me estremezco. Intento alejarme, pero me retuerce las muñecas.
Me grita que deje de llorar y me da una bofetada.
Justo en ese instante, un chico castaño de ojos color miel entra en la habitación gritando:
—¡Drake! ¡Estás borracho, tío! ¡Aparta!
—¡Eres un estúpido! ¡Déjame! ¡Puedo hacer lo que quiera!
Le da un puñetazo a Jason. Este le coge de los hombros y lo empuja hacia
la pared, y le da una bofetada. Drake vuelve a propinarle otro puñetazo
y se suelta. Veo salir sangre de los labios y la nariz de Jason, aunque
parece que él ni se entera. Lo agarra una vez más y le da una patada a
Drake. Este se encoge, y se dobla en dos.
Drake sale de la habitación tambaleándose.
Jason se acerca a mí y no puedo hacer otra cosa que abrazarle, a la vez
que rompo a llorar de nuevo. No estoy segura de si rodear su cuello con
mis brazos está bien, pero ahora mismo no puedo pensar. Sigo intentando
sacar los ojos azules de Drake y terriblemente salvajes de mi cabeza.
Pero no puedo.
—Heather… deja de llorar… por favor…
Vuelvo la cabeza, y me encuentro con sus ojos. Es la primera vez que los
veo de esta forma. No son agresivos. Él no es agresivo. Me acaricia el
pelo, y lo enrolla en sus dedos. Me devuelve la mirada, y me dedica una
sonrisa triste y dolida.
—Lo… lo siento mucho… Es la primera… vez que se pone así…
Me estrecha entre sus brazos, y apoya mi cabeza en su hombro. Sigue
acariciando mi pelo, con una dulzura que no creía que tuviese.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario