|| 11 años después ||
◘ Jason McCann
Me despierto
sudando. Recordando lo horrible que fue ese día, y que por su culpa,
estoy atrapado en este horrible agujero del que no saldré hasta que
pueda hacer cosas por mí mismo. No voy a la universidad, como hubiera
querido mi padre, una lástima que no lo sepa. Me fui de casa cuando
cumplí quince y me ocupé de que no supiera ni adónde iba ni qué tenía
pensado hacer con mi vida. Por suerte, encontré a Drake. Está en la
misma situación que yo. Me alegro a la vez que preferiría estar solo.
Preferiría que él no tuviera que enfrentarse a lo que nos enfrentamos,
pero a la vez me alegro de no tener que hacerlo todo solo.
Mi nombre es Jason, Jason McCann. Asesinaron a mi madre ante mis propios
ojos el día que yo cumplía ocho años, cuando íbamos a comprar mi
regalo. Un estúpido regalo que le costó la vida. Me escapé de mi casa,
huyendo así de las miradas compasivas de mi padre y de su agobiante y
absorbente presencia que me producían arcadas y me asfixiaban. Ahora
vivo con mi mejor amigo, Drake Redmond, en un apartamento a las afueras
de Chicago. Trabajamos para unos hombres, Josh Anderson y Lewis
Thompson, los cuales nos aseguraron que vengarían la muerte de mi madre y
la del hermano mayor de Drake (que falleció en el robo de un banco) si
cumplíamos nuestra parte. Nuestro trabajo consiste en que tenemos que
estar siempre disponibles para hacer lo que ellos quieran. Cualquier
cosa. Y tenemos que salir ilesos. En el caso en el que nos pille la
policía, no podremos hablar, lo hemos jurado.
Me quedo acostado, no tengo ganas de hacer nada. Cierro los ojos e
intento dormirme, pero cuando han pasado un par de minutos, Drake llama a
la puerta.
—Pasa… —gruño con voz ronca.
Drake se mira al espejo, y sonríe. Él intenta tomárselo todo con humor,
aunque por dentro está destrozado. Yo no me tomo esa molestia si, total,
da igual que sea amable o no, todo lo que va a suceder en mi vida está
escrito, y con permanente.
Después se gira y me mira. Él ya se ha duchado, tiene el pelo mojado y
revuelto. Pero la pregunta continúa en el aire; ¿qué coño quiere?
—Lewis me ha mandado un mensaje —me enseña su iPhone.
—Voy a encender mi BlackBerry —respondo cortante.
Probablemente os preguntéis «¿Por qué tienen estos móviles tan caros
cuando no están en su casa y no tienen un trabajo con sueldo?». A decir
verdad, aunque hayamos jurado por nuestra vida hacer todo lo que Josh y
Lewis quieran, les conviene tenernos contentos y no tener motivos por
los que ir a la policía.
Efectivamente, también me han mandado un mensaje a mí.
—«Lo que tenéis que hacer es sencillo; ir a un concesionario de
Bugatti. Tenemos un coche encargado, lástima que en la tienda no lo
sepan…» —leo en voz baja. Sé que Drake lo ha leído en cuanto se lo han
mandado.
—¿Qué hacemos, McCann? —pregunta, aunque sigue absorto en su reflejo. Será creído.
—Lo primero es que yo me vaya a la ducha. Cuando salga, más te vale haber dejado a un lado tu enorme ego.
—¡Eh! —me grita, viendo que me voy decidido al baño. Antes de cerrar la
puerta, le da tiempo a decirme—: ¿Qué quieres que le haga si estoy
bueno?
Es divertido tener como mejor amigo alguien completamente opuesto a ti,
pero vivir con él es más bien difícil. De todas formas, tengo por seguro
que él ha influido mucho en mí, me ha enseñado a ser fuerte, aunque lo
somos de maneras muy diferentes y afrontamos lo que se nos viene encima
de forma distinta. Pero toda esta experiencia nos ha hecho algo más que
amigos, nos ha convertido en hermanos.
♣ • ♣
—¿Y yo soy el
del ego subido? Has tardado una hora —me recrimina en cuanto salgo del
baño, con una toalla atada a la cintura. Parece que me estudia de arriba
abajo—. Cuando vaya a ligar, ni se te ocurra acompañarme, Jason McCann,
solo te digo eso.
—Entendido. Ahora, si te vas te mi habitación… —me fulmina con la mirada
y se va. Al cerrar la puerta, añado—: Gracias, es un placer que me
visite, señor Redmond.
Me hace una mueca y desaparece por el pasillo.
Nunca lo hacemos los «encargos» de inmediato. Nos dejan dos días. Uno
para que lo organicemos y pensemos todo y al día siguiente, actuar. Al
tercer día, debemos haber hecho cualquier cosa que nos hayan pedido (u
obligado, más bien) y darle una garantía de ello. En este caso, en dos
días debemos llevarles un Bugatti. No esperaba menos, el coche más caro
del mundo es de esa marca, pero aun así, por una vez, siento un temor
por Drake y por mí que no había experimentado nunca antes. A ver, ¿cómo
se puede ir con un coche de millones de dólares, robado, además? No es
una de esas cosas que se camuflan con facilidad, y menos en las afueras
de Chicago, donde la gente no es precisamente rica. Habrá que ser
prudente. Confío mucho en Drake para estas cosas. Llevo viviendo con él
desde que tengo dieciséis años, así que hace tres años que estamos
haciendo esto. Al principio, ya sabes, era lo típico; la adrenalina te
incita a seguir cometiendo crímenes, robos, tráfico de drogas o armas…
Pero descubres que no es tan emocionante como la mayoría piensa. Es
duro, a veces, y casi no puedo mirarme al espejo porque siento que,
simplemente soy el peón de una guerra que no es la mía. Solo veo a un
dichoso delincuente.
Cuando bajo las escaleras, me encuentro con Drake comiendo patatas fritas a la vez que mira la tele con total despreocupación.
—¿Tú qué entiendes por «desayuno», tío? —pregunto.
—Algo que me quite el hambre, dado que llevo horas sin comer.
«Horas que te has pasado durmiendo, estúpido.»
—Normal que no quieras que te acompañe buscar alguna a la que puedas
follarte, si te pasas la vida comiendo patatas. Mientras tanto, yo estoy
en el gimnasio levantando pesas. Tal vez deberías acompañarme.
—Ni loco. El poco dinero que nos dan no lo voy a gastar en ir a un
gimnasio. Lo que nos hace falta, lo tenemos, pero no hay para caprichos,
y lo sabes.
Rebusca en la bolsa, y saca trozos muy pequeños de patata. Ya la ha terminado.
—Haz lo que quieras, tío. Pero sabes lo que tenemos que hacer hoy. Y a
ti se te dan mejor estas cosas. Un Bugatti es algo serio.
Me mira, y aunque el gesto es casi imperceptible, asiente. Después, se
levanta y coge un mapa de Chicago que tenemos detrás del televisor.
Así es como planeamos nosotros las cosas.
Y lo hacemos al milímetro.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario