domingo, 18 de noviembre de 2012

Capítulo 22 «As long as she loves me»


Heather O’Connor
        
         ¿Por las malas? ¿No lo han hecho ya todo por las malas?
         Lo malo es que no me da tiempo a reaccionar, él se acerca a mí, y soy incapaz de pensar en otra cosa que no sea evitarlo. Apoyo todo mi peso en la parte de atrás de la silla, hasta que noto que empiezo a perder el equilibrio.
         Josh se aproxima más, cada vez más, y lame mi mejilla. Un gesto tan familiar ya… luego la muerde. Me retuerzo del dolor ahogando un grito. Creo que nunca antes he odiado tanto a una persona, seriamente. El mundo sería un lugar mejor si no existiesen personas como esta.
         En un desperdiciado intento de alejarme más, la silla vuelca y me encuentro en el suelo. Más dolorida, más humillada. Con las mejillas empapadas, por mucho que haya luchado para que siguiesen en su sitio.
         —¿Qué te ha dicho ese hijo de puta?
         Junto al marco de la puerta lo veo, y lo miro. He de devolverle el favor.
         Así que inspiro y expiro susurrando, gastando mis escasas fuerzas:
         —Nada.
         Él me levanta, me coge de los hombros y me levanta un palmo por encima del suelo. Me es tan vagamente familiar… pero no lo que hace a continuación. Me golpea contra la pared, y siento los moratones que se me hicieron semanas atrás, que me hizo Drake. Me muerdo el interior de mi mejilla gruñendo para evitar gritar.
         Me golpea de nuevo.
         Es fuerte, no puedo negarlo. Y justo por eso me da miedo. Parezco algo tan insípido, tan… tan sucio. No parezco nada. Me golpea como si realmente fuese una pelota de goma.
         Una vez más.
         —¿Sabes qué? —Oigo esas palabras salir de entre sus también asquerosos labios, produciéndome arcadas.
         Sacudo la cabeza, o eso intento hacer que parezca, que puedo con más. Terminarían conmigo si se dieran cuenta de lo realmente débil que soy. Yo no estoy hecha para estas cosas.
         Realmente, veo la muerte cerca, muy cerca.
         —Tu chico —gruñe—, Jason, ha llamado.
         Ha escupido su nombre, como si le repugnase.
         Hago un esfuerzo más que sobrehumano para soltar una irónica carcajada y decir, aunque hasta a mí se me antoja agonizante:
         —¿Mi chico?
         Él me suelta, y caigo así al suelo, una vez más. Me duelen las costillas, y los hombros.
         Se gira hacia mí y clava sus ojos en los míos, pero lo hace de una forma tas odiosa, tan… distinta de cómo lo hacía él. Me miraba como si a la vez me pidiese permiso para hacerlo. Él de verdad… no sé, pero por lo menos, la menor de las cosas, era que me respetaba. A partir de ahí, son hipótesis. Yo misma, no tengo ni idea de qué hacía mirándolo. ¿Qué sensaciones tendrá él? Realmente sus ojos me gustaban, eran… preciosos, diría incluso que perfectos.
         Y, si soy sincera, es una de las pocas cosas en las que no puedo dejar de pensar que necesito ver una vez más… Antes de morir.
         Pero de repente recuerdo que este baboso insípido es quien está aquí, y, ahora, más que asco, odio o cualquier otro sentimiento que pudiese haber de mi ser hacia este se resume en miedo.
         Una imagen fugaz de mi padre pasa por mi mente. ¿Qué estará haciendo ahora mismo? ¿Estará con Tracy? ¿Estarán planeando su boda? Una lágrima surca mi mejilla, haciéndome pensar que a lo mejor no los vea, porque, aun con ojos borrosos, distingo la pistola con la que me apunta.
         —Verás, bonita, Jason trabaja para mí, y tú, niñata asquerosa, lo has echado todo a perder.
         ¿Eh?
         —Ha llamado.
         Mis pulmones, de repente, se olvidan de qué es respirar. ¿Ha llamado? ¿Jason? ¿Por qué?
         —Digamos que… bueno, este chico… no sé si debería —dice con una sonrisa sarcástica.
         Giro el cuello. Yo quiero saber. Es más, estoy ansiosa. Y no quiero que se me note, así que evito la mirada de este tipo.
         Y todo eso aun siendo consciente que lo único que está haciendo es manipularme. Como si no supiera que me ha dado un vuelco el corazón cuando me ha dicho que Jason lo ha llamado.
         —Bah, da igual.
         Suspiro de alivio. Tal vez haya sido más obvio de lo normal que necesito escuchar lo que me dice, pero lo necesito, necesito saber qué pasa, necesito…
         ¿Qué coño?
         Necesito a ese chico de ojos color miel.
         —No te preocupes, Heather, está tan enamorado de ti como tú de él.
         Espera, espera, espera… ¿qué?

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