lunes, 31 de diciembre de 2012

Epílogo «As long as she loves me»


Tres meses habían pasado ya desde la última vez que Heather había visto a Jason, aquel día de mediados diciembre, en el juicio. Había hecho lo imposible por cumplir la promesa que le había hecho a Tracy, pero no había conseguido olvidar a ese chico de ojos miel que la cautivaban de una forma tal aunque lo hubiera intentado, y seguía haciéndolo.
         Tal vez, es que en el fondo, no quería olvidarlo.
         No quería tampoco olvidar sus maravillosos besos, que tanto echaría de menos.
         Heather pasaba la mayoría del tiempo en una zona de las afueras de Chicago, que estaba desierta, sin un solo edificio, y ella sola se sentaba sobre el capó de su coche, que había comprado poco antes de encontrar aquel solitario y melancólico lugar, a principios de enero.
         Y no era un Bugatti, desde luego que no.
         De aquella manera, le será completamente imposible pensar en otra cosa que no fuera el secuestro, y todo lo que venía con él. Las personas a las que conoció. Buenas, buenísimas, con máscaras de criminales. Heather, en el fondo, sabía cómo eran.
         «Sal, conoce a más gente…», le había dicho Tracy, aludiendo a lo que la chica le había prometido. ¿Era ella tan consciente como Heather de lo que le estaba pidiendo? Pero la había ignorado, había ignorado lo que consideraba que era inmoral, imposible y retorcido.
         En realidad, ambas sabían que no podría cumplir era asquerosa promesa, incluso su padre, que había estado al tanto, simplemente pensaba que sería cuestión de tiempo pero no tendría nunca tiempo suficiente para hacer lo que consideraban apropiado. Desde su vuelta, desde que encarcelaran a quien Heather amaba, esta última solo deseaba no haber ido a aquel concesionario el uno de noviembre.
         Jason no estaría e la cárcel.
         Drake no habría sido asesinado.
         Ella no estaría sufriendo, necesitando olvidarlos a los dos, pero queriendo que permanecieran en sus recuerdos. ¿Quién podría entender lo que se le pasaba por la cabeza? ¿Quién podría entender su grado de confusión, de tristeza? Sentía que se lo habían quitado todo porque, en el fondo… así era.
         El enlace entre Tracy y su padre continuaba en marcha, y ellos estaban tan enfrascados en los centros de mesa que no se daban cuenta de lo vacía que se sentía ella… y muy a su pesar, Heather estaba más que convencida de que aquello último era una mentira que se repetía a sí misma noche y día para sentirse mejor.
         Y qué mal funcionaba.
        
         ♣ • ♣
        
         Un día, un chico en moto pasó realmente cerca de ella, que se levantó de golpe.
         —¡Eh, tú! —gritó.
         Él frenó y girándose hacia ella se quitó el casco. Los mechones de pelo negro le caían sobre los ojos, claros, limpios, grises. Le dedicó una media sonrisa a la vez que se acercaba a Heather.
         —Deberías tener más cuidado, ¿sabes? —susurró éste.
         Ella lo tenía frente a frente, aunque el chico era remarcablemente alto.
         —¿Nunca te han dicho cómo se le habla a una señorita? —espetó.
         —Ajá. El problema es que ha pasado tanto tiempo que lo he olvidado —contraatacó él.
         Ella frunció el ceño.
         «Olvidar.»
         Parecía ser la clave a todo, absolutamente a todo, ¿por qué a ella le costaba tanto? Puede que solo tuviera que cambiar de técnica, y dejar de tratar pensar en otra cosa cuando había comprobado de antemano lo complicado que resultaba en las ocasiones, sobre todo, en las que se encontraba sola sin nada mejor que hacer que… pensar.
         «Mi mayor enemigo es mi mente.»
         —Perdona —susurró él tras un minuto de intenso silencio que solo el viento había osado romper. Luego, ofreciéndole su mano, añadió—: Soy Brandon, encantado.
         Heather decidió otorgarle el beneficio de la duda.
         —Heather —susurró dándole un apretón de manos—, y supongo que lo cortés es decir que yo también lo estoy.
         Brandon le dedicó una sonrisa.

Capítulo 35 «As long as she loves me»


◘ Jason McCann
        
         Estoy en la cárcel.
         Oh, Dios.
         No voy a asimilar el permanecer aquí tanto tiempo como lo es el cumplir la condena. Y solo llevo un mes. Michael parece asimilarlo mejor que yo, pero, quién sabe, tal vez sea como Drake, que parecía estar genial de día, y por la noche estaba destrozado, bebía mucho. Pero eso Michael no podrá hacerlo en la cárcel. Quién sabe, puede que explote de tanto odio contenido, porque aún no lo he oído quejarse de nada.
         Me siento en la banqueta de la celda.
         El principal problema es que no siento remordimientos por haber secuestrado a Heather, que es realmente el motivo por el cual estoy aquí. Si no hubiera existido ese trabajo para Josh y Lewis, ellos seguirían vivos, y yo cometiendo crímenes con Drake, que también conservaría su vida junto con Will y Mike que también sería libre, relativamente, aunque seguiría bajo la dictadura de Josh y Lewis. Cambiando las muertes de Drake y Will, no hay nada que lamentar.
         Porque conocí a Heather.
         La chica rica de ojos oscuros…
         …de la cual me enamoré casi al instante.
         Tan hermosa, tan perfecta. Que no pude ver más allá de eso. No había sentido nada así nunca. Jamás. Y de repente aparecía alguien a quien tenía que hacer daño a la fuerza, solo porque me lo ordenaban y, y… ¿cómo es posible? ¿Cómo era posible que quisiera protegerla más a ella que a mí mismo, cuando era lo contrario de lo que debía hacer? Cómo era posible que, con todas las chicas del universo, fuese… ¿ella? Y más todavía, con todos los chicos que pueblan Chicago, Estados Unidos, América, el mundo… una chica como esa, se fijase en mí. Un delincuente. No más allá de un vulgar asesino.
         La extraño tanto.
         Tengo unas ganas enormes de besarla. De sentir sus húmedos y finos labios sobre los míos. De acariciarla. De sentirla.
         «Pero no puedo. No podré nunca.»
         Estas seis palabras son las que me repetiré… hasta el fin.
        
         ♣ • ♣
        
         —McCann, tiene visita.
         Se supone que a verme, no puede venir nadie. Se supone que estoy vetado, al menos ahora, que solo hace un mes y medio que me encarcelaron. Sigo siendo considerado como una gran amenaza, y posiblemente lo esté hasta el fin de mis días.
         Por eso mismo no tengo ni idea de quién querrá (y podrá) ver a «la escoria» de Chicago.
         Me levanto y llevan a donde supuestamente me espera mi visita. No tengo muchas ganas de ver a nadie últimamente, sorprendentemente.
         —Buenas tardes, Jason McCann —me saluda el… el… el señor O’Connor.
         Tratando disimular que esto es, en definitiva, lo último que me esperaba, que podría haber llegado a esperar nunca, me siento y lo saludo.
         —Hola, señor O’Connor.
         Él mantiene la vista fija en mí. Creo sinceramente que no tiene ganas de darle vueltas al asunto, simplemente quiere advertirme.
         Es algo que aprendí tras haber estado trabajando para aquellos tipos durante tres largos, pesados y complicados años, donde lo único que importaba era sobrevivir. Cada vez que los miraba, sabía de antemano qué era lo que tenían que decirme. Buenas o malas noticias, consejos o advertencias.
         Puede parecer raro, pero sé leer en las personas.
         De momento, en todas… menos en una.
         Ella.
         No quiero desviarme, sino permanecer aquí, oyendo qué trae al señor O’Connor por aquí, qué tendrá que decirme, porque a saber qué tal me va, es más que evidente, que no le interesa demasiado.
         Pero está un tiempo sin decirme nada, simplemente los ojos escrutándome y con una expresión endurecida que se podría confundir fácilmente con una mueca de asco.
         —En fin, Jason, es evidente que no vengo a preguntarte cómo te va.
         Lo sabía.
         —¿Y a qué ha venido? —susurro.
         —Estaba preguntándome —responde automáticamente— en qué podría haber visto mi hija en ti… en alguien como tú.
         Uhm… desde luego, no es esto lo que esperaba oír. Espero que tampoco sea lo que espera él escuchar mi respuesta.
         —¿Sabe? Yo me estaba preguntando lo mismo.
         Él se levanta, desafiante, pero yo permanezco sentado, con la vista clavada en las esposas que rodean mis muñecas.
         —Eres un impertinente, chico —masculla.
         Clavo sus ojos en los míos, y me doy cuenta de que son los ojos de Heather, pero con más años encima, nada más. Una parte de mí sonríe, y se imagina que quien está frente a mí es ella, no su padre, de quien heredó sus ojos, sus hermosos, profundos, expresivos y oscuros ojos castaños.
         —Jason, escucha, ella terminará olvidándote. No le quedará más remedio. Conocerá a más chicos, y se dará cuenta entonces que no mereces tanto la pena como cree.
         No me siento ofendido, solo digo, en un susurro:
         —Siempre y cuando ella me ame.
         —¿Qué has dicho? —pregunta levantando la voz.
         —Siempre y cuando ella me ame —repito, esta vez, siendo yo quien lo desafía—. Siempre y cuando ella me ame, podré estar muerto de hambre, podré estar sin casa, podré estar destrozado. Pero no me importará… siempre y cuando ella me ame.
         El señor O’Connor no dice nada más. Se levanta, coge su chaqueta y se aleja.
         Ojalá pudiera, pudiera verla… pero tendré que esperar tanto tiempo…
         ¿O no?

Capítulo 34 «As long as she loves me»


◘ Heather O’Connor
        
         Mientras esperemos lo que sea que decida el jurado, no dejo de mirar a Jason. Él mira al frente, aunque sabe que lo estoy mirando. Ni idea de cómo estoy tan segura, pero lo siento. Aun así, odio que no clave sus ojos en los míos de esa forma tan segura, tan dulce… como solo él sabe haberlo.
         Recuerdo lo que le he dicho a Tracy. Y me arrepiento tanto.
         Porque sería lo más difícil a lo que me tendría que enfrentar nunca. Imaginémoslo, en cualquiera de los casos en el que tuviera que olvidar a Jason, no podría. Igual que no se olvidan las peores cosas que pasan en tu vida, como no podré olvidar a Josh y a Lewis, que hicieron de ella algo que da miedo. Pero… no podré olvidar tampoco a las mejores personas que han pasado por ella. Como Michael, que arriesgó su vida por salvarme sin apenas conocerme. O Drake, que aunque cometió un par de errores, supo enmendarlos a la perfección. O finalmente, Jason. Que es mucho más que alguien importante para mí. Me he enamorado de sus ojos. De sus labios. De sus besos. De su olor.
         De él.
         —Hija, ¿por qué no has testificado en su contra? —susurra mi padre.
         No quiero contestarle, porque lo propio en realidad sería que buena chica como yo, en un principio, hubiese hecho lo que a mi señor padre el apetecía, lo que me había ordenado una vez tras otra.
         El problema, es que no soy una buena chica.
         Me he cansado de los estereotipos que cumple mi familia.
         —¿Acaso no me has oído?
         Sacudo la cabeza.
         «No hagas nada inapropiado» me repito una vez tras otra.
         Acabo de recuperar a mi padre y, aunque suene tan mal… ahora me parece que no había perdido absolutamente nada, porque el día que se fue mi madre, se llevó a mi padre con ella, para siempre.
         —Heather —dice Tracy—, tu padre te ha hecho una pregunta.
         Me muerdo la lengua tratando de reprimirme, porque no quiero hacer algo que no sea propio de mí.
         —Lo he contestado. No quiero que lo condenen, no quiero que lo encarcelen. Ya sabéis por qué, pero me ignoráis.
         —Eso no es lo que te habían dicho que debías hacer —me recrimina Tracy.
         Pongo los ojos en blanco, y con la vista puesta en Jason, una vez más, al que veo moviendo la pierna rápidamente. Es evidente lo nervioso que está. Me siento fatal ahora mismo. No puedo hacer más que culparme por este juicio, que ha tenido lugar porque mi padre ha decidido que es lo apropiado. Le he suplicado incluso de rodillas que lo dejara, pero me ignoró. Ahora, yo he hecho lo que he podido para que Jason y Michael sea libres, y es mi culpa porque sé de sobra que no es suficiente, ya que de ser así, Jason no estaría tan nervioso.
         —Puede, el caso es que tengo principios y haré lo que yo crea que debo hacer.
         Mi padre mira a izquierda y a derecha, puede que para asegurarse de que nadie nos está oyendo. Oh, Dios, cómo se preocupa más de las apariencias, de su reputación, en vez de pensar en los sentimientos de su hija. Odio eso.
         Si yo hiciera lo mismo que hace él, si lo ignorase completamente, si me negara a escucharlo, si me fuese de casa, si me alejara, si hiciera como si no existiese… Pero yo no soy así. Nunca lo he sido.
         Aunque tuve mi época, sí, a los dieciséis, cuando conocí a personas que sabía que no eran apropiadas, que me metí en drogas, salía por las noches y volvía por la tarde del día siguiente, cuando había chicos por todos lados de los que ahora no recuerdo ni el rostro, ni el nombre. Admito que no estoy orgullosa de ello, y sin embargo, entonces me divertía tanto... Mi padre no sabía qué hacer conmigo, incluso lo oí hablar con Tracy acerca de llevarme a un psicólogo… hasta que hubo un día en el cual decía que lo sentía, pero que tal vez deberían dejarlo ya, que al, parecer, yo no me había tomado demasiado bien lo suyo.
         Y era verdad.
         Pero en aquel momento decidí que estaba yendo demasiado lejos, que no la conocía, que probablemente la había juzgado mal… y rectifiqué. Volví a centrarme en mis estudios, cambié de círculo de amigos… Todo por él.
         Porque con Tracy, lo notaba más feliz.
         Más feliz que cuando estaba conmigo, que me daba por caso perdido.
        
         ♣ • ♣

         Aparece el juez, seguido del jurado, mirando fijamente a mi padre.
         Se sienta en el estrado, y tras aclararse la garganta, sentencia:
         —El jurado declara a los acusados, Michael Galagger y Jason McCann… culpables por todos los delitos cometidos entre 2009 y 2012. Su condena es de entre sesenta y cinco y setenta años de cárcel.
         Da un golpe con su maza y da por finalizado el juicio. Se levanta, y desaparece.
         Jason me mira, con una inexpresividad que me asusta tanto… no obstante, noto a la perfección que tiene los ojos empapados de lágrimas que se esfuerza en reprimir. Me pregunto de qué sirve vivir si cuando pierdes a personas importantes para ti solo deseas dejar de hacerlo.
         Clava sus ojos en los míos, como adoro que lo haga, es ese instante en el que no necesitamos palabras, es como si fuese tan vulgar expresarse hablando… Observo sus labios. Quiero besarlos. Oh, Dios, cuánto quiero besarlos. Pero no puedo hacerlo. Y no voy a poder nunca más.
         Me acerco a Michael, y le susurro cuánto lo siento.
         —Nunca me pediste nada, solo fui yo.
         Agradezco que diga eso, sin embargo, no me hace sentir mejor. No puedo permitirme ese lujo.
         Luego voy hacia Jason.
         Pero no puedo decir nada, no puedo hablar, no puedo hacer nada. Me domina la impotencia y me siento débil. Me tiemblan las piernas, que no pueden aguantar con mi peso.
         Pero el tiempo corre.
         —Adiós, Heather —su voz aterciopelada suena cargada de pena, de tristeza. No puedo con ello.
         —Yo… yo…
         —Heather —me acaricia la mano, a pesar de no poder tocarnos en teoría, pero es que no puedo despedirme de él—, te quiero.
         No dice nada más, supongo que solo espera que conteste, que diga algo.
         —Lo sé, pero… dijiste que no desaparecerías.
         Él clava sus ojos en los míos, y una lágrima surca mi mejilla. Será esta la última vez que estemos juntos. Con el dorso de su mano, la limpia. Me cubro la cara con las manos.
         —Estaré siempre contigo.
         Eso es lo último que lo oigo decir… antes de que se lo lleven.


Capítulo 33 «As long as she loves me»


◘ Jason McCann.
        
         —¿Por qué lo hizo, señor McCann? Robar el coche, secuestrar a la señorita O’Connor.
         No soporto que la llamen ‘señorita O’Connor’. No soporto tener yo que llamarla así. Quiero llamarla Heather. Quiero hacer lo que me dijo Will que hiciera: decirle que la amo. Una, dos, tres veces. Que la amaré siempre porque en un mes se ha convertido en el centro de mi vida, en lo más importante… Tal vez sea excesivo por mi parte, quién sabe. Esta es de esas cosas que no se pueden saber nunca. Que es imposible saber a ciencia cierta.
         —Trabajaba para unos hombres, Josh Anderson y Lewis Thompson. Al igual que lo hacía Drake, y Michael también. Por complicaciones… y si hacíamos aquel trabajo estábamos un paso más cerca de, en fin, obtener una información valiosa para nosotros.
         —¿Y cuál era?
         —Bueno… cuando yo tenía ocho años, asesinaron a mi madre delante de mí. Estuve buscando al asesino, evidentemente, y entonces aparecieron ellos dos, que me ofrecían ayuda y dinero, siempre y cuando tuviera presente que ellos eran mis jefes. También mataron al hermano de Drake y al igual que a mí, dejaron a Michael sin madre. Era nuestra prioridad. Encontrar a sus asesinos, y no descansar hasta haberlo hecho.
         «Mis prioridades, son tan distintas ahora…»
         Me callo. Todos me miran expectantes. Puede que estén esperando que yo siga hablando.
         El problema es que no tengo nada que decir ahora mismo.
         «Si Drake estuviera aquí…»
         Pero no está. Se ha ido, para siempre.
         «Este no es el momento».
         Desde luego que no, no es el momento de ponerme sensiblero ahora que estoy en un juicio, un juicio que hará una modificación radical en mi vida.
         —¿Cómo murió Drake Redmond?
         Ha hundido el dedo en la llaga. Cómo duele que hablen de mi mejor amigo muerto con tanta frivolidad.
         Pero estoy obligado a contestar.
         —Josh Anderson lo mató.
         Asiente de una forma que no me da buena espina, desde luego que no.
         —¿Lo presenció usted?
         Todos saben que no es relevante en el caso, pero imagino que lo que quieren es cotillear. Quién sabe.
         —Así es —susurro en todo firme.
         Dirijo una mirada al señor O’Connor, al padre de Heather, al hombre al cual le robé no solo un coche, sino también a su hija.
         Tiene los ojos clavados en mí, con una mueca de asco dominando su expresión. Pero no me importa. Es obvio, le importa su hija, yo le doy exactamente igual. Bueno, en realidad, de ser así, tal vez yo no estaría aquí, ni él tampoco. Aunque admito que mi vida, es este momento, se resume a este juicio. Que he estado esperando desde siempre.
         Para terminar con la amenaza de Josh y Lewis.
         El caso es que… en aquel entonces, con dieciséis años, cuando los llamé, todo era alucinante, quería hacer más y más, pensaba que yo servía para eso. La adrenalina corría por mis venas día sí, día también. Deseaba que el teléfono sonara, recuerdo llamarlo «misión», como si fuese un agente del FBI, de la CIA o un espía, que hacía el bien… porque no quería darme cuenta de que mientras mi vida era una montaña rusa llena de robos, asesinatos y tráficos.
         A los diecisiete deseaba que me pillaran. Deseaba que la policía nos alcanzara en uno de nuestros estropicios. Me daban ataques de ansiedad constantemente. Recuerdo… recuerdo incluso a Drake insistiendo en llevarme al médico, y a mí negándome. «No me estoy volviendo loco», le decía, le gritaba con constancia. Deseaba poder alejarme de aquel puto infierno. Deseaba dar marcha atrás para volver con mi padre. Tenía tantas ganas de desaparecer…
         Hasta a los dieciocho lo intenté. Tantas veces… No me importaba nada, no tenía ningún motivo para continuar destrozándole la vida a personas como me lo hicieron a mí, que sufrí cuando perdí a mi madre. Les quitaba a personas de su familia, objetos que tenían valores no solo materiales, sino puede incluso que morales. A lo mejor aquel collar era de alguien importante, o aquella sortija… Y las drogas, eran mis compañeras a todas horas. Era adicto a la heroína, y aunque recuerdo hablar con Drake y a él orgulloso con su «Fuiste lo suficiente inteligente como para dejarlo a tiempo» pero nunca estuve de acuerdo. Escatimaba el dinero, y al principio me negué a renunciar a mi maravillosa amiga, pero comprendí que no me quedaba otra, por desgracia. Sé que hice bien, aunque a veces sienta que lo necesito, otra vez.
         Y ahora, con diecinueve, parecía haber conseguido el control, el equilibrio, en mi vida. Pero apareció ella. Le dedico una mirada rápida, que no se si ella ha llegado a captar. No se da cuenta, pero nada más aparecer, rompió mis esquemas. Es lo único bueno que ha aparecido por mi vida y lo voy a perder. Cuando la vi por primera vez, lo primero en lo que pensé fue en una vida diferente. Y a medida que avanzó, solo quería cambiar.
         A mejor…
         Para ella.
         —Está bien, señor McCann, he terminado con las preguntas —dice el fiscal.
         Me levanto y vuelvo a mi sitio, junto con mi abogado. Suspira pesadamente y clava sus ojos en los míos. Cuando voy a decirle algo, el juez me corta.
         —A continuación, el veredicto del jurado.
         De repente me fijo, en que me sudan las manos a horrores. 

Capítulo 32 «As long as she loves me»


         ◘ Heather O’Connor.
        
         Ahora yo me encuentro en el estrado, con todas las miradas posadas en mí. Pero yo solo puedo mirar a Jason. Sus ojos clavados en los míos, de una forma tan dulce, tan bonita.
         El abogado de Jason da vueltas a la vez que formula su primera pregunta.
         —Señorita O’Connor, durante el secuestro, ¿sufrió alguna clase de maltrato?
         Me dan ganas de soltar una carcajada. Me trataban relativamente bien, no sería capaz de quejarme nunca por eso.
         —Si se refiere a si me pegaban, nunca me hicieron tal cosa. Ni Jason McCann ni Drake Redmond.
         —¿Y abusaron de usted en algún momento ?
         Sé lo que está diciendo, aunque saque palabras rebuscadas para decirlo, tal vez temiendo a la respuesta. Pero a mí no me importa. Tal vez si Drake siguiera entre nosotros, contestaría un rotundo no, porque a pesar de todo él no era consciente lo que hacía…
         —En una ocasión, Drake sí… Pero no le guardaré nunca rencor por eso. Entró Jason justo en el momento oportuno, y aunque no estaba muy pendiente de lo que pasaba, recuerdo que se pegaron. Drake le gritaba que lo dejara hacer lo que él quisiese, pero Jason no hacía caso y, bueno… al final no pasó nada.
         »Yo estaba llorando, llena de heridas, pensando en lo cerca que había pasado de que aquel chico que había intentado abusar de mí —utilizo la misma expresión que el abogado de Jason— y lejos de todo… pero Jason me había defendido, a pesar de haberme secuestrado. ¿Por qué? Todavía no lo sé. El caso es que después de eso intentó ser más indiferente de lo que yo misma habría querido. Fue ese un tiempo en el que… lo eché de menos.
         —¿A quién?
         —A Jason.
         —¿Por qué?
         Por tantas razones… que ni siquiera sabría decirte.
         No sabría explicar con palabras lo que siento cuando me mira, lo que sentí cuando me dijo que era un secuestro, cuando me dijo que llevara cuidado. Y cuando yo, lo único en lo que pensaba, era en denunciarlo nada más salir. Pero nada ha sucedido de este modo.
         Una lágrima surca mi mejilla. Me apresuro en limpiarla aun sabiendo, aun estando segura, de que todos la han visto.
         —No lo sé.
         Observo a Jason. Sus ojos miel contemplándome con tanta intensidad, tantos sentimientos juntos y turbados… que incluso me asusto. Siento que sigo esperándolo. Seguiré haciéndolo hasta que esto termine, ojalá a mi favor, y podamos irnos.
         Lejos.
         Juntos.
        
         ♣ • ♣
        
         El fiscal está frente a mí, y siento su incómoda mirada recorrerme de arriba abajo.
         —Dice que ni el tal Drake Redmond ni Jason McCann le pegaron, nunca, sin embargo tiene una herida en el cuello, y otra, aún más profunda, en la pierna. ¿Si no fue Jason McCann, ni tampoco Michael Galagger, ni Drake Redmond, quién se las hizo?
         No contesto. No directamente. Antes miro a Jason un instante, él ha apartado la mirada.
         «Cree que es su culpa… Que todo esto lo es.»
         Joder, me gustaría tanto decirle que se equivoca…  Que no podemos culpar a nadie de nada, en este caso. Da igual lo que haga, mi padre siempre se sale con la suya. Si no hoy —cosa que, muy a mi pesar, dudo—, se las apañará para condenar a Jason otro día.
         Y es que no importa cuántas veces les diga a él o a Tracy que no pueden hacerme esto, porque estoy enamorada de ese chico, de Jason McCann, que si me lo quitan, yo…
         —Conteste, señorita O’Connor.
         —Yo… pff.
         «Me doy por vencida.»
         —Los hombres para los que trabajaban Jason McCann, Michael Galagger y Drake Redmond me secuestraron dentro del secuestro original, aun habiendo sido ellos quienes ordenaron el primer secuestro. Ya no recuerdo por qué, aunque no les hacía falta, pero fueron ellos quienes me hicieron esas heridas.
         Pasa el rato, con preguntas, que parece que no se van a terminar nunca, sin dejar de mirar a Jason. Da igual que diga que estoy enamorada, que tal vez solo esté contando mentiras con tal de que él salga de aquí… sin embargo, me han enseñado que hay cosas que no se dicen a no ser que pregunten…

         ♣ • ♣
        
         Cuando parece que el abogado de Jason ha terminado de hacerme preguntas —de lo cual estoy más que agradecida—, susurra:
         —Una última, y habré terminado.
         Suelto un pesado suspiro.
         —Me he fijado, señorita O’Connor, en que no le ha quitado ojo a mi cliente. ¿Podríamos saber por qué?
         Cuando estoy a punto de contestar, que es de inmediato, el abogado contratado por mi padre se levanta gritando:
         —¡Señoría, protesto! No es relevante en el caso.
         El juez me mira de una manera que no sabría descifrar, y tras un instante de incómodo silencio, sentencia:
         —Denegada. Por favor, señorita O’Connor, conteste a la pregunta.
         Siento una presión con la que no puedo, que es superior a mis fuerzas, que me va ganando. Estoy exhausta. Pero no me importa.
         Siempre tendré las suficientes fuerzas para decir que estoy enamorada. No importa el momento, ni tampoco el lugar.
         —He estado todo el tiempo mirando a Jason McCann porque… porque… —ahora, no es todo tan claro, las lágrimas me empañan la vista, me obligan a callarme y rendirme, pero querer es poder—. Porque no quiero que sea condenado.
         El jurado suelta un grito ahogado.

Capítulo 31 «As long as she loves me».


◘ Jason McCann.
        
         Llevo puesto un mono naranja, las manos delante de mí rodeadas por unas esposas, y permanezco sentado en la banqueta de la celda. No podría imaginar permanecer aquí mucho más tiempo, cuando sé que lo más probable es que no salga en años después de este juicio. Todos me quieren ver condenado, es así, y curiosamente no tengo miedo por eso.
         Me asusta poder perder a Heather en algún momento, porque es eso lo que no podría soportar ahora mismo. Cuando es lo único que me queda, porque ni Drake, ni mi madre, ni nadie está conmigo.
         Recuerdo cuando apareció ella, que me hizo pensar que tenía que ser una persona diferente. ¿Es eso lo que te pasa al enamorarte? ¿Que sientes que necesitas estar a la altura? Porque no dejo de darle vueltas últimamente. Solo pienso en que no soy lo suficiente bueno para ella, que podría estar con cualquier chico, con lo bonita que es. A mis ojos, ella está por encima de cualquiera pero, ¿yo? Un sucio y asqueroso delincuente. ¿Qué va a pasar ahora? En unas horas un juicio, y según el veredicto, una cosa u otra.
         Si me condenan, será el fin, de todo. Porque sí, Heather, es todo, y soy incapaz de decir lo contrario, simplemente porque… La amo. Sí. Estoy seguro. Más de lo que lo he estado en mucho tiempo, y ahora, separarme, desaparecer de su vida, es algo que no puedo hacer de repente. Porque no quiero. Lo que realmente quiero, es estar con ella, siempre, no alejarme de su lado, a no ser que ella lo desee.
         Y, por el contrario, ¿y si no me condenan? En ese caso, todo sería complicado. Dudo mucho que a su padre le parezca bien que después de todo, su hija y yo estemos justos.
         Al final, en cualquiera de los casos… ¿qué voy a hacer? ¿Qué va a pasar? ¿Qué?
         Lo peor de todo es que me parece que, pase lo que pase, Heather y yo no podríamos nunca estar juntos. ¿Qué puede haber visto en mí? Yo, en ella… Todo. Cualquier cosa valdría para enamorar a alguien. Cualquiera. Es perfecta. Su manera de mirarme, de clavar sus ojos oscuros en los míos, la manera en que todo se lo calla para ella…
         No sé cómo fui capaz de secuestrarla, de hacerla pasar este calvario, de hacerla sufrir para nada. Simplemente para darme cuenta que lo único que pasa es que desde el primer momento en que la vi, sentí algo que jamás había sentido por nadie. Fue nada más verla… ¡bum! Eso es todo, no sé qué pasó a raíz de ahí.
         —McCann, es la hora —dice un guardia con dureza.
         Me levanto, lentamente. Ahora, deseando que el tiempo se parase, para poder huir de todo en este momento. Ojalá pudiese irme lejos, evidentemente, con Heather a mi lado.
        
         ♣ • ♣
        
         —Llamo al acusado, Jason McCann, al estrado.
         Antes de eso, he estado desconectado, ordenando mis ideas, pensando en que esto es decisivo en mi vida pero aun así… no puedo evitar pensar en qué pasará después.
         —Llamo al acusado, Jason McCann, al estrado —repite la voz lentamente, con impaciencia.
         Me levanto y como un autómata, me siento donde me han indicado, en el estrado, junto al juez, que me mira por encima del hombro, y casi, diría yo, con cierto asco.
         «Yo también me lo doy, no importa», susurro casi para mí, tan flojo que dudo siquiera de haberlo hecho.
         —¿Dónde estuvo la mañana del uno de noviembre?
         Me aclaro la garganta preguntándome si es esto lo que he esperado siempre. El momento decisivo. Que toda mi vida se resuma a un instante, breve, que recordaré siempre.
         —En un concesionario.
         —¿El mismo concesionario Bugatti que pertenece al señor O’Connor?
         Miro al frente, y me encuentro con los ojos de Heather, oscuros, brillantes. Y por primera vez, inexpresivos. Estoy tan enfadado conmigo mismo… «Ella está sufriendo, estúpido», me digo. «Está sufriendo por tu culpa, McCann».
         —Así es —susurro.
         Se oye un «oh» por parte del jurado. Esto no es una película policíaca, esta es la triste realidad, mi vida, lo que pasa, cuando todo, absolutamente todo a tu alrededor, está mal. En cuanto a eso, estoy más que convencido de ser el mejor de los ejemplos en tal caso.
         —¿Se encontró a la señorita O’Connor allí?
         Ella aparta la mirada, cuando veo que una lágrima resbala por su mejilla. Me está matando. Simplemente verla en este estado y no poder consolarla. Ojalá no hubiese aparecido en su vida. Pero no puedo desaparecer.
         Ahora no.
         —Sí.
         —¿Michael Galagger lo acompañó aquel día?
         —No.
         —¿Entonces iba solo?
         La avalancha de preguntas. Esto es lo que toca ahora. Que me agobien, y que yo, en un instante de debilidad en el cual haya bajado la guardia, confesar, o decir algo que les sea suficiente para demostrar mi culpa, de la cual están todos más que seguros.
         —No. Drake Redmond iba conmigo.
         No puedo dejar de mirar a Heather, ninguno corta el contacto visual que se ha establecido entre nosotros.
         —¿Drake Redmond? ¿Quién es?
         Un escalofrío recorre mi cuerpo de pies a cabeza al oír su nombre. Esto se está convirtiendo en un asunto personal. Tal vez ahora intenten buscarlo, pero yo no puedo hablar sobre él de una forma tan trivial. Es mi mejor amigo y está, está…
         —Está muerto —digo firmemente, aunque me parece ver que todo a mi alrededor se cae—. Lo mataron.
         Siento mis ojos cristalizarse y noto mi visión emborronada poco a poco.
         —Señor McCann, esa mañana, robó un coche de aquel concesionario. Un Bugatti Veyron de tres millones de dólares —hace una pausa, clavando sus ojos en los míos, supongo que quiere que conteste, o haga algo. Pero solo asiento, solo me veo capaz de asentir, en este momento—. ¿Hicieron algo más usted y el señor Redmond?
         No contesto. Temo a la respuesta. Llevo noches sin dormir por la que es la solución a esta pregunta, a estos problemas, por lo que hice aquel día, por algo que ya no podré evitar nunca. Que seguirá ahí siempre.
         «Otra cosa más de lo que me arrepentiré hasta el día de mi muerte.»
         —¿Se llevaron algo más del concesionario? Algo… ¿o alguien? —el fiscal no separa su mirada de la mía.
         —Sí —respondo—, secuestramos a Heather O’Connor.
         

domingo, 23 de diciembre de 2012

Capítulo 30 «As long as she loves me»


 ◘ Heather O’Connor
Han pasado dos semanas. Ni más ni menos. 
«—Heather, habrá un juicio.»
Me lo contó mi padre. Creo que desde entonces no he dejado de soltar lágrimas. Tengo que ir al juicio. Tengo que contar lo que pasó, modificarlo a mi favor. Tengo que seguir con Jason porque… lo quiero. 
—¿Puedo entrar?
Tracy.
—Está abierta —susurro con el dorso de la mano pasando por mis ojos.
La que pronto será mi madrastra, me mira y se sienta en la cama. Yo sigo delante de mi armario, sin la menor idea de qué es lo adecuado para ir a un juicio, aun sabiendo que mi padre no quiere que vaya, aun sabiendo que lo más posible es que me escape y vaya por mí misma, aun sabiendo que si por mí fuera me iría en pijama. 
Tracy no dice nada. Hasta llego a pensar que se ha ido en un momento dado, pero parece ser que no. Está aquí, conmigo, esperando, tal vez a que yo sea quien inicie la conversación, cuando es ella quien quiere hablar. 
Yo solo quiero estar junto a él.
—Siento… mucho lo que ha pasado, Heather.
Me giro y clavo mis ojos en los de ella.
—Tú no tienes culpa de nada.
Ella niega con la cabeza.
—Sé qué es querer a alguien, Heather, a alguien que tal vez no sea bueno para ti.
Cierro los ojos para evitar pensar en la barbaridad que acaba de decir, así que intento mantener la calma mientras digo:
—No tienes ni idea. No lo conoces. Por mucho que lo creas, a mí tampoco, y tú no sabes nada. 
No parece dolida. No era mi intención hacerla sentir mal, solo constato hechos obvios. Ella no sabe nada, será mejor que no hable porque el autocontrol no es mi fuerte, precisamente, para desgracia de Tracy.
—Me casé una vez, tal vez ya lo sepas. Con dieciocho años, tu edad. Y Dios, estaba tan enamorada… sentía que esos momentos que estaba con él serían eternos, que nuestro amor también, todo infinito, que mientras estuviésemos juntos el mundo no iba a terminarse… pero pasaron los meses y todo empezó a ir de mal en peor. 
»Tal vez esto no lo sepas, pero aquel hombre me gritaba, me pegaba, me hacía daño. En numerosas ocasiones terminé en el hospital, en urgencias. Me rompió tres costillas. Pero, ¿sabes? Yo lo amaba. Lo seguía amando como el primer día a pesar de todo eso. Sé que esas cosas no se eligen, pero…
No la dejo terminar. Le abro la puerta y le indico que salga.
—Heather —insiste levantándose y agitando las manos—, ese chico no es bueno para ti. A lo mejor piensas que sí lo es porque estás enamorada y estás ciega, pero es así. Esas cosas suceden. Tal vez opines que eres tú, que no eres lo suficiente buena para él pero…
—Mira, Tracy —la interrumpo—, siento mucho lo que te pasó, pero te repito una vez más que no tienes ni idea. Él jamás me ha tocado, nunca. Me coge la mano como si me fuera a romper, con un cuidado que te sorprendería y me protege como lo ha hecho nadie, ni siquiera mi padre. Y eso lo sé conociéndolo de un mes. ¿Y ahora? Ahora que me secuestrase me importa bien poco, porque es la persona a la que amo, y no va a terminar en la cárcel si yo puedo hacer algo para impedirlo. 
»Si sale de esta, puedes estar segura de que estaremos juntos, a no ser que uno de los dos decida que no nos lleva a ninguna parte, en tal caso sería mutuo acuerdo, pero ahora que existe él, no existe nada más.
Ella clava sus ojos en los míos a la vez que pregunta:
—¿Y si no lo hace? ¿Y si lo condenan?
—En ese caso… habrás ganado tú y tendré que olvidarme de él.
Ella asiente, conforme, y sale de mi cuarto. Lo único que no sabe es que jamás podría olvidar la forma en la que clava sus ojos miel en los míos, ni su voz aterciopelada, ni sus dulces besos, ni sus caricias llenas de cariño, ni su sonrisa. Esa sonrisa tan asquerosamente perfecta que me hizo caer desde el principio.
♣ • ♣

De camino al tribunal me pregunto una y otra vez si todo esto es lo que yo tenía planeado en la vida.
Y la respuesta, como la mayoría de veces, es no. 
Y más todavía si a eso le sumamos que tengo miedo por Jason. Pero no sé cómo voy a aguantar mientras a él lo están juzgando sin conocerlo, igual que hice yo una vez, evocando a Drake, y ahí será cuando a mí se me escapen gritos ahogados, cuando hable de Josh y Lewis, cuando… decidan qué es lo que tiene que pasar. Porque yo no lo sé. De manera objetiva no podría pensar, pero nadie lo hace, todos están en su contra, no es demasiado difícil de adivinar. Y yo no puedo dejar de pensar en si él se estará planteando las mismas cuestiones que yo.
Y por otra parte está Michael, pobre chico del cual no conozco la historia, solo una parte, pero probablemente, si no fuera gracias a él, yo estaría muerta.
Si no fuera gracias a ambos, a mí me habrían matado. Sin embargo, tras habérselo repetido dos millones de veces, mi padre eso no parece saberlo. 
Y es que yo entiendo que sea tan sobre protector pero, seamos sinceros, hasta este momento había estado por detrás de Tracy, incluso de su dichoso trabajo. Nunca fui lo primero. Mi abuela me contó que la muerte de mi madre lo cambió, y fue a partir de ese momento que todo empezó a ir mal. Y me ha hecho sentir culpable desde siempre, acostumbrada a que mi padre me ignorase y decidiera construir un muro invisible entre los dos y nos hiciera tan independientes a ambos. A partir de los siete años iba caminando sola al colegio, montándome en el metro sola si era necesario, a los ocho cocinaba —es evidente que no era una chef, pero sabía bastarme de mí misma— y así hasta diez años después.
Tal vez por eso se me haga esto tan irreal. 
Porque en mis dieciocho años de vida, mi padre nunca me ha dicho que me quiere y, por lo tanto, es difícil creer que se preocupe tanto por mí como para armar todo esto.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Capítulo 29 «As long as she loves me»


◘ Jason McCann

Pagamos la habitación y ella viene conmigo al coche. Michael nos sigue con el suyo. Tenía cosas que hacer, dice, irse, por ejemplo, lejos. Quería empezar de nuevo, pero antes venir. En cierto modo, siento como que tiene que estar con nosotros.
Y es que esta vez no hay ningún plan. Y eso me asusta, porque en un mes he pasado, literalmente, a calcularlo todo a improvisar de tal forma que incluso estoy nervioso como nunca. Aprieto el volante, con tanta fuerza que hasta me duele. Necesito un respiro.
Y por si fuese poco, Heather me acaricia el cuello, y eso hace que se me acelere el pulso de una forma increíble. Respiro hondo, y aunque no la miro, intuyo su maravillosa y perfecta sonrisa.
—¿Sabes llegar a mi casa? —pregunta en un susurro momentos después.
—Eres la famosa hija O’Connor, todo el mundo sabe dónde vives —contesto. Pero no lo hago como una burla, simplemente constato un hecho obvio.
—¿Y antes dónde vivías tú?
—¿Eh? —sonrío.
—Es curiosidad.
—Pues… bueno, dos calles más abajo de tu casa.
Ella me mira atónita.
—En serio —añado.
No estoy seguro de que me crea, pero es la verdad. Desde siempre había visto su casa, cuando me llevaban al colegio, hasta me parece recordar que el día de mi octavo cumpleaños pasamos por ahí para ir al metro. Hace años que no piso este barrio.
—Oh, Dios —lo oigo decir de repente.
—¿Qué pas…?
Clavo mi vista en el frente, y entorno los ojos para ver que al final de la calle, justo frente a la mansión O’Connor hay, por lo menos, cuatro coches policía.
—Baja —le ordeno a Heather.
—No.
—Por favor…
—¡No, Jason! ¿No te das cuenta? Si voy contigo, tal vez pueda explicárselo.
No me da tiempo a responder, dos de esos coches vienen hacia nosotros.
«Joder.»
Hago un giro brusco y freno en seco al ver que una anciana está cruzando la calle, pero se da prisa, supongo, que al oír las sirenas de los ahora… ¿diez? Coches patrulla que nos siguen.
Los oigo cada vez más cerca, he perdido de vista el coche de Mike, no sé si nos ha adelantado o se ha perdido, o lo han cogido. Ojalá sea la primera de esas tres cosas, de verdad que lo espero.
Me sorprende ver que sigo conociendo este barrio como si siguiese viviendo aquí. Paso por delante de la casa de mi padre. Creo que no sería capaz de llamarla «mi» casa después de todo. Y tal vez ni siquiera «mi» padre. Perdí el derecho de hacerlo hace tanto tiempo… Joder. He perdido tantas cosas. ¿Sabes? Es como ese dicho que dice: «Tropezar varias veces con la misma piedra» metafóricamente queriendo decir que cometen los mismos errores una y otra vez. Y yo, lo que he hecho, ha sido buscar la piedra y darme con ella en la cabeza. Y aún la tengo en la mano, dispuesto a pegarme de nuevo con ella. A cometer más errores. A pensar en lo que creo que es mejor para mí pero no hace nada bueno para nadie.
«Después de esto… nos entregaremos» fue la conversación que tuvimos Drake y yo.
Quiero cumplir una puta promesa, aunque solo sea por una vez. De una vez por todas, quiero hacer lo que digo. Quiero poder estar bien conmigo mismo.
Nunca he sido una persona ambiciosa, pero ahora, quiero dos cosas.
Y solo puedo elegir una.
Primera. Quiero poder mirarme al espejo. Quiero cumplir mi deuda con el mundo, quiero poder pensar en Drake como mi mejor amigo, no como un chico que cometía crímenes conmigo.
Y segunda. Quiero seguir con Heather. Quiero ver a dónde llega esto. Quiero llegar a los doscientos kilómetros por hora y alejarme con ella. Lejos. A dónde sea. Pero mientras esté con ella, con sus ojos oscuros, qué más me da eso.
Y es que, la mejor manera de aprender, es hacerlo cuando no tienes más opción.
Cuatro coches patrulla se paran delante de mi furgoneta, cortándome el paso, mientras tengo cinco detrás. Efectivamente, son diez.
—¡Salgan del coche! —grita un policía.
Giro lentamente la cabeza hasta Heather.
Cuando ella va a decir algo, otra voz de oye desde fuera:
—¡Hija!
—¿Papá? —chilla en un grito ahogado, acaricia mi mano.
Otro policía se avanza hacia nosotros, con Michael. Él no dice nada, solo está junto al policía, que dicho sea de paso, tiene la mano puesta con orgullo sobre su pistola.
Si soy sincero, estos hombres son tan delincuentes como yo.
«Juro que como le haga algo a Michael, de aquí no sale nadie vivo. Maldita sea, solo tiene dieciocho años, y ha vivido más peligros que todos estos policías juntos en su puta vida.»
Abro la puerta y Heather se queda atónita, sin dejar de mirarme.
—Ojalá hubiese otra manera —susurro entrecortadamente.
A ella se le cristalizan los ojos.
—Por favor, no llores —más que nada, sueno como una súplica, pero, Dios, otra vez no.
Me acerco a ella y la beso en los labios. Suave, lentamente. Como si a pesar de todo, en este mundo solo existiésemos nosotros dos. Donde podría cumplir todas las promesas que le hiciera, como no dejarla nunca y no soltarta. Donde podría existir con ella siempre. Ella se aprieta más contra mí y la oigo gemir. Noto sus lágrimas por sus mejillas, humedeciendo las mías.
—¡Deja en paz a mi hija! —oigo cuando nos separan.
Ella se gira hacia su padre, que tiene sus brazos en su espalda para mantenerla inmóvil y le dice:
—¡No tienes ni idea!
Inspiro profundamente.
—¡Lo quiero!
—Yo también te quiero, Heather O’Connor —susurro.
Expiro.
Luego los policías tiran de mí.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Capítulo 28 «As long as she loves me»


◘ Heather O’Connor

He oído tres disparos, y estoy muy asustada. ¿Y si uno le ha dado a Jason? ¿A Drake? ¿Michael?
Dudas fuera cuando veo salir de la casa a Jason y a Michael con… Drake en brazos. ¿Drake en brazos? Salgo de la furgoneta, las lágrimas recorriendo mis mejillas desenfrenadamente, como si la vida de ello dependiera. Clavo mis ojos en Jason. Si yo tan mal me siento, no puedo siquiera imaginármelo a él.
Suelto un grito. Va cargado de rabia, dolor, pena, impotencia, frustración, odio, horror. Me parece oír un susurro en el que me indica que entre. Asiento con las palmas de las manos restregando mis mejillas, llenas de lágrimas.
Me siento en el asiento de copiloto.
Jason deja el cuerpo sin vida de Drake en las asientos de atrás y entra en el asiendo del conductor. Parpadea unas cuantas veces y se inclina sobre el salpicadero.
—Lo siento mucho, Jason, yo… Es todo mi culpa…
Él clava sus ojos vidriosos y cristalizados en los míos, lleno de tristeza. Su inexpresividad llega incluso a asustarme.
—Heather —murmura entrecortadamente—, esto es culpa de cualquiera… excepto tuya.
Se acerca a mí, pero no hace nada. Así que rodeo con mis brazos su cuello. Él solo me abraza y me atrae hacia sí.
—¿Y ahora adónde vamos? —pregunto.
Él empieza a conducir, y me fijo en que sus nudillos están blancos y también tensa la mandíbula. Hace un giro brusco y me echo a un lado.
—¿Jason? —susurro.
Él me ignora. Estoy asustada, de lo que él pueda hacer, de que haga cualquier tontería. Siento mucho lo que ha pasado, siento haberlo estropeado todo apareciendo, siento que Drake haya muerto, y siento no poder evitar pensar que ya ha pasado, que ya no se puede cambiar, que no podemos lamentarnos, que tenemos que seguir adelante.
Y no es que yo sea un buen ejemplo para ello, no he seguido mi consejo, precisamente pero, sinceramente, ¿quién lo hace?
Fijo mi mirada en él y con el dorso de la mano acaricio sus húmedas mejillas. Él cierra los ojos con fuerza.
Miro a la parte de atrás del coche.
Drake está pálido, con los ojos cerrados al igual que la boca. No lo conozco, pero aun así, siento que nos une algo muy grande.
No puedo con todo esto.
—Él fue quien me dijo que me estaba volviendo loco por ti —dice Jason con la voz ronca, sonríe con amargura.
Ahora mismo creo que lo que necesita es que lo distraiga, necesita que le dé conversación para no pensar realmente en que llevamos el cadáver de su mejor amigo en la furgoneta, también que va manchado con su sangre.
—¿Y qué hiciste?
Él no deja de mirar al frente, pero contesta aun así.
—Huir.
—¿De qué… o de quién? —me siento obligada a preguntar.
—De mí mismo. Y de mis sentimientos por ti.
Sonrío.
—Creo que en el fondo —continúa—, sabía que tenía que tener cuidado contigo.
—¿Por qué?
—Porque en realidad sabía qué me pasaba, únicamente tenía miedo de, tras tanto tiempo, sentir.
Callo un momento.
—Por cierto, Heather, quería pedirte disculpas por lo de aquella chica y por… haberte tratado tan mal. En resumen, quiero pedirte disculpas por haberte secuestrado, aunque sé que no sirve de nada ahora mismo. Y menos… después de lo que ha pasado —lanza una mirada furtiva a Drake, y aparca.
Miro a mi alrededor. Creo que estamos fuera de la ciudad, en un bosque, donde no hay absolutamente nada, solo grandes y altos árboles.
—¿Qué hacemos aq…?
Aparece Michael, que también aparca su coche, y le entrega a Jason una pala.
Me muerdo la lengua antes de preguntar:
—¿Tenéis otra?
Jason asiente en silencio y me entrega la suya.

♣ • ♣

—Heather.
—¿Sí? —pregunto abriendo los ojos. Hemos pasado la noche en un hotel de las afueras.
—Hoy es treinta de noviembre.
—¿Y…? —susurro aturdida.
—Le prometimos a tu padre que hoy volverías a tu casa.
Abro los ojos de golpe y salto de la cama.
—¡No!
Él se acerca a mí y me atrae hacia sí.
—No…
Las lágrimas salen desenfrenadamente de mis ojos.
—No quiero perderte, Heather, pero… esto ha de ser una despedida.
—Jason —digo entrecortadamente, hipando y tan bajo que dudo que llegue a oírme o incluso a entenderme, pero es algo que tengo que decir—, no me imagino mi vida diferente ahora que has aparecido.
Coge mi mano y tira de mí. Me abraza y sus labios besan los míos. Es distinto de la primera vez que pasó. Ahora no tengo miedo de sentir cosas por él, sino porque no quiero perderlo, no quiero que se vaya. Quiero que esté conmigo, que coja mi mano y nunca la suelte.
—No voy a desaparecer, Heather.