miércoles, 14 de noviembre de 2012

Capítulo 4 «As long as she loves me»

◘ Heather O’Connor
Los veo hablar por teléfono, y después, cómo discuten. Doy una vuelta, y unos instantes después están frente a mí, aunque noto tensión en el ambiente, sobre todo por parte del chico de ojos castaños y pelo del mismo, que me mira con recelo. El otro, el de ojos azules y pelo negro parece más afable, pero no es una gran diferencia.
Parecen muy jóvenes, demasiado para poder permitirse un coche Bugatti. Es más, casi nadie puede permitirse uno. Me sorprende que todos los vendedores estuviesen ocupados, a decir verdad. Yo estaba ojeando las hojas de los ingresos y tal, pero cuando los he visto entrar, me ha parecido que tenían algo que… no sé, me ha atraído lo jóvenes que eran, me han llamado la atención. Vale, lo admito, también porque son atractivos, muy atractivos, pero… no son mi tipo. ¿Se puede saber en qué estoy pensando? ¡A vender, señorita O’Connor! Soy incapaz de no acordarme de Alfred en ese momento, y suelto una risilla.
—¿Todo bien? —pregunto con una sonrisa.
—Sí —gruñe el castaño.
¿Pero qué le pasa a estos ahora? En fin… Suspiro. Un cliente es un cliente (dos clientes, son dos clientes).
—¿Y qué… estaban buscando, exactamente?
—Aquel el bonito.
El de ojos azules señala uno de una esquina. La verdad es que tiene buen ojo, es el más caro del concesionario. Tres millones de dólares, ni más ni menos.
—¿Pueden permitírselo?
Me arrepiento al instante de haber hecho esa pregunta tan grosera. Como no vendamos el coche por mi culpa…
—Nuestros… ejem… padres tienen una empresa.
Asiento. Veo obvio que no me den más datos. No me interesa nada de dónde saquen el dinero, estoy para vender, el caso es que lo tengan. Al menos, eso me han enseñado. Realmente, no estoy de acuerdo. ¿Y si se ha ganado de manera ilegal? ¿Sirve ese dinero? A mí no.
—Disculpe el atrevimiento…
Vuelvo al concesionario. Es el de ojos castaños. Tiene una voz muy suave, pero a la vez se me antoja agresiva. Y sabia. Como si con tal solo diecinueve años (que es lo que aparenta) hubiera vivido mucho. ¿Cómo podría ser eso posible?
Lo miro. Qué ojazos.
—…pero estamos prácticamente seguros de que lo compraremos, aunque tendremos que hablarlo con nuestros padres y tal... —Asiento. Eso es lógico, muy a mi pesar—. Aun así, creo que no estaría de más probarlos. ¿El de ese modelo que le gusta a mi amigo tiene el cambio automático o manual?
—No estoy segura… pero veré si pueden probar alguno.
Considero esa posibilidad. No puede pasar nada malo. Parecen buena gente. Y, a pesar de ser jóvenes, parecen muy experimentados.
—No creo que haya ningún inconveniente. —Ellos sonríen—. Pero comprenderán que estoy obligada a acompañarlos. Por…
—…seguridad —completa él.
Sonrío y busco en mi ordenador —en el de mi padre, más bien— qué coches hay para usar de prueba.
—Ese que le ha gustado está, en negro.
—Seguro que le gust… Digo, está bien. Solo es una prueba, al fin y al cabo —dice el de ojos azules. Ese último comentario me hace dar un paso atrás, sin embargo decido no darle importancia.
Voy a por él, vuelvo en un momento. Ellos me ignoran, y empiezan a hablar.
«Hoy en día hay niñatos en todas partes, hasta en un dichoso concesionario de coches caros», pienso.
—Conduciré yo —dice el de ojos castaños.— Siempre he conducido mejor —se burla.
Ignoro ese comentario. Si soy sincera, no los soporto, pero no puedo borrar la sonrisa de mi cara, eso me han dicho siempre. Estoy aquí para vender, no para hacer amigos, pero eso no cambia nada, es más, me obliga a ser más amable.
—Yo iré en el asiento del copiloto, si no les importa —levanto un poco la voz. Que sepan que aquí, la que manda, soy yo.
—En absoluto.
Abro la puerta y acaricio ese negro azabache. Me gusta. Algún día tendré un coche como este. Estoy segura. Más aún si heredo el concesionario. Tendré el mejor coche. Es un consuelo. Tendré que quedarme encerrada aquí, en Chicago. Me dan arcadas solo de imaginarme encarcelada en esta ciudad mientras el resto del mundo me susurra que lo visite.
París. Siempre quise ir a París, es mi sueño imposible.
Miro por la ventana. Admito que Chicago es bonito. Pero ya lo sé todo de esta ciudad. La he visitado, estudiado… Hay más mundo.
Y me está esperando.
♣ • ♣
Cuando estamos a unos 500 metros del concesionario, detrás de una furgoneta blanca y con una matrícula de Canadá —con el trabajo de mi padre, no tengo más remedio que fijarme en esa clase de cosas—, el chico de ojos castaños, frena. ¿Pero qué…? Tantea su chaqueta.
—Ocurre algo —pregunto.
Saca la mano con lentitud, y no puedo evitar soltar un grito ahogado. ¿Es eso una pistola? Me llevo las manos a la boca, sé que cualquier ruido que saque de entre mis labios tendrá graves consecuencias. Me aclaro la garganta, para no parecer asustada pero, ¿a quién engaño? Tengo el cañón de un revólver en la sien. Presa del pánico, soy incapaz de decir nada. Y, aunque pudiera, ¿qué decir?
—Drake —musita el que me apunta con la pistola, el de ojos castaños—, llévatela a la parte de atrás de la furgoneta. Yo me ocuparé del Bugatti.
Aparta la pistola, y suelto un suspiro de alivio. Clava sus ojos en los míos, con tal rapidez y tanta cólera que se me antoja agresivo. ¿Por qué no puedo dejar de mirar? Me fascina su mirada clara y limpia. Me equivocaba. Sus ojos no son castaños, son más claros. Miel. Son color miel. Y son preciosos. ¿Pero qué digo? Este… niñato estaba hace dos segundos con el cañón de su revólver apoyado en mi sien. Pero por alguna razón estoy segura de que no pensaba disparar.
—Sal —me ordena.
Miro esos ojos por última vez, antes de salir del coche, con el tal Drake, el de ojos azules, me digo que no sé cómo se llama el de ojos color miel. Y muy a mi pesar, siento curiosidad. Curiosidad por saber el nombre de uno de mis secuestradores. Estoy imbécil.
Me apeo del Bugatti, que nada más abandonar, arranca y se pierde. Me secuestran y roban un coche. ¿Algo más? Drake me coge la muñeca, pero para mi sorpresa, no lo hace con brusquedad. Abre las puertas de su furgoneta, y antes de cerrar, musita para sí:
—Lo siento.
Y lágrimas empiezan a surcar mis mejillas, a la vez que noto que la furgoneta empieza a moverse y nos desplazamos. Y de repente, me acuerdo.
«Los delincuentes más buscados de Chicago…»

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