lunes, 31 de diciembre de 2012

Epílogo «As long as she loves me»


Tres meses habían pasado ya desde la última vez que Heather había visto a Jason, aquel día de mediados diciembre, en el juicio. Había hecho lo imposible por cumplir la promesa que le había hecho a Tracy, pero no había conseguido olvidar a ese chico de ojos miel que la cautivaban de una forma tal aunque lo hubiera intentado, y seguía haciéndolo.
         Tal vez, es que en el fondo, no quería olvidarlo.
         No quería tampoco olvidar sus maravillosos besos, que tanto echaría de menos.
         Heather pasaba la mayoría del tiempo en una zona de las afueras de Chicago, que estaba desierta, sin un solo edificio, y ella sola se sentaba sobre el capó de su coche, que había comprado poco antes de encontrar aquel solitario y melancólico lugar, a principios de enero.
         Y no era un Bugatti, desde luego que no.
         De aquella manera, le será completamente imposible pensar en otra cosa que no fuera el secuestro, y todo lo que venía con él. Las personas a las que conoció. Buenas, buenísimas, con máscaras de criminales. Heather, en el fondo, sabía cómo eran.
         «Sal, conoce a más gente…», le había dicho Tracy, aludiendo a lo que la chica le había prometido. ¿Era ella tan consciente como Heather de lo que le estaba pidiendo? Pero la había ignorado, había ignorado lo que consideraba que era inmoral, imposible y retorcido.
         En realidad, ambas sabían que no podría cumplir era asquerosa promesa, incluso su padre, que había estado al tanto, simplemente pensaba que sería cuestión de tiempo pero no tendría nunca tiempo suficiente para hacer lo que consideraban apropiado. Desde su vuelta, desde que encarcelaran a quien Heather amaba, esta última solo deseaba no haber ido a aquel concesionario el uno de noviembre.
         Jason no estaría e la cárcel.
         Drake no habría sido asesinado.
         Ella no estaría sufriendo, necesitando olvidarlos a los dos, pero queriendo que permanecieran en sus recuerdos. ¿Quién podría entender lo que se le pasaba por la cabeza? ¿Quién podría entender su grado de confusión, de tristeza? Sentía que se lo habían quitado todo porque, en el fondo… así era.
         El enlace entre Tracy y su padre continuaba en marcha, y ellos estaban tan enfrascados en los centros de mesa que no se daban cuenta de lo vacía que se sentía ella… y muy a su pesar, Heather estaba más que convencida de que aquello último era una mentira que se repetía a sí misma noche y día para sentirse mejor.
         Y qué mal funcionaba.
        
         ♣ • ♣
        
         Un día, un chico en moto pasó realmente cerca de ella, que se levantó de golpe.
         —¡Eh, tú! —gritó.
         Él frenó y girándose hacia ella se quitó el casco. Los mechones de pelo negro le caían sobre los ojos, claros, limpios, grises. Le dedicó una media sonrisa a la vez que se acercaba a Heather.
         —Deberías tener más cuidado, ¿sabes? —susurró éste.
         Ella lo tenía frente a frente, aunque el chico era remarcablemente alto.
         —¿Nunca te han dicho cómo se le habla a una señorita? —espetó.
         —Ajá. El problema es que ha pasado tanto tiempo que lo he olvidado —contraatacó él.
         Ella frunció el ceño.
         «Olvidar.»
         Parecía ser la clave a todo, absolutamente a todo, ¿por qué a ella le costaba tanto? Puede que solo tuviera que cambiar de técnica, y dejar de tratar pensar en otra cosa cuando había comprobado de antemano lo complicado que resultaba en las ocasiones, sobre todo, en las que se encontraba sola sin nada mejor que hacer que… pensar.
         «Mi mayor enemigo es mi mente.»
         —Perdona —susurró él tras un minuto de intenso silencio que solo el viento había osado romper. Luego, ofreciéndole su mano, añadió—: Soy Brandon, encantado.
         Heather decidió otorgarle el beneficio de la duda.
         —Heather —susurró dándole un apretón de manos—, y supongo que lo cortés es decir que yo también lo estoy.
         Brandon le dedicó una sonrisa.

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