Tres meses habían pasado ya desde la última vez que
Heather había visto a Jason, aquel día de mediados diciembre, en el juicio.
Había hecho lo imposible por cumplir la promesa que le había hecho a Tracy,
pero no había conseguido olvidar a ese chico de ojos miel que la cautivaban de
una forma tal aunque lo hubiera intentado, y seguía haciéndolo.
Tal
vez, es que en el fondo, no quería olvidarlo.
No
quería tampoco olvidar sus maravillosos besos, que tanto echaría de menos.
Heather
pasaba la mayoría del tiempo en una zona de las afueras de Chicago, que estaba
desierta, sin un solo edificio, y ella sola se sentaba sobre el capó de su
coche, que había comprado poco antes de encontrar aquel solitario y melancólico
lugar, a principios de enero.
Y no
era un Bugatti, desde luego que no.
De
aquella manera, le será completamente imposible pensar en otra cosa que no
fuera el secuestro, y todo lo que venía con él. Las personas a las que conoció.
Buenas, buenísimas, con máscaras de criminales. Heather, en el fondo, sabía
cómo eran.
«Sal,
conoce a más gente…», le había dicho Tracy, aludiendo a lo que la chica le
había prometido. ¿Era ella tan consciente como Heather de lo que le estaba
pidiendo? Pero la había ignorado, había ignorado lo que consideraba que era
inmoral, imposible y retorcido.
En
realidad, ambas sabían que no podría cumplir era asquerosa promesa, incluso su
padre, que había estado al tanto, simplemente pensaba que sería cuestión de
tiempo pero no tendría nunca tiempo suficiente para hacer lo que consideraban
apropiado. Desde su vuelta, desde que encarcelaran a quien Heather amaba, esta
última solo deseaba no haber ido a aquel concesionario el uno de noviembre.
Jason
no estaría e la cárcel.
Drake
no habría sido asesinado.
Ella no
estaría sufriendo, necesitando olvidarlos a los dos, pero queriendo que
permanecieran en sus recuerdos. ¿Quién podría entender lo que se le pasaba por la
cabeza? ¿Quién podría entender su grado de confusión, de tristeza? Sentía que
se lo habían quitado todo porque, en el fondo… así era.
El
enlace entre Tracy y su padre continuaba en marcha, y ellos estaban tan
enfrascados en los centros de mesa que no se daban cuenta de lo vacía que se
sentía ella… y muy a su pesar, Heather estaba más que convencida de que aquello
último era una mentira que se repetía a sí misma noche y día para sentirse
mejor.
Y qué
mal funcionaba.
♣ • ♣
Un día,
un chico en moto pasó realmente cerca de ella, que se levantó de golpe.
—¡Eh,
tú! —gritó.
Él
frenó y girándose hacia ella se quitó el casco. Los mechones de pelo negro le
caían sobre los ojos, claros, limpios, grises. Le dedicó una media sonrisa a la
vez que se acercaba a Heather.
—Deberías
tener más cuidado, ¿sabes? —susurró éste.
Ella lo
tenía frente a frente, aunque el chico era remarcablemente alto.
—¿Nunca
te han dicho cómo se le habla a una señorita? —espetó.
—Ajá.
El problema es que ha pasado tanto tiempo que lo he olvidado —contraatacó él.
Ella
frunció el ceño.
«Olvidar.»
Parecía
ser la clave a todo, absolutamente a todo, ¿por qué a ella le costaba tanto? Puede
que solo tuviera que cambiar de técnica, y dejar de tratar pensar en otra cosa
cuando había comprobado de antemano lo complicado que resultaba en las
ocasiones, sobre todo, en las que se encontraba sola sin nada mejor que hacer
que… pensar.
«Mi
mayor enemigo es mi mente.»
—Perdona
—susurró él tras un minuto de intenso silencio que solo el viento había osado
romper. Luego, ofreciéndole su mano, añadió—: Soy Brandon, encantado.
Heather
decidió otorgarle el beneficio de la duda.
—Heather
—susurró dándole un apretón de manos—, y supongo que lo cortés es decir que yo
también lo estoy.
Brandon
le dedicó una sonrisa.
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