sábado, 19 de enero de 2013

Capítulo 1 «As long as she loves me²»



◘ Heather O’Connor.
           
            || Dos años después ||
           
            —Buenas noches, Heather —dice Brandon tras aparcar su coche delante de mi casa.
            —Adiós, Brandon —respondo.
            Él me atrae hacia sí y presiona sus labios contra los míos, con fuerza. Ambos reímos bajo el beso. Nos separamos, besa mi mejilla y contemplo sus ojos grises. Rozo ligeramente sus labios una vez más antes de salir de su coche y entrar en mi casa.
            Subo las escaleras con rapidez y sumo cuidado para no ser oída ni por Tracy ni por mi padre. Entro en mi habitación y abrazo un elefante de peluche que me regaló Brandon en nuestra primera cita, fue el premio que ganó en la feria, y como en las películas, me lo regaló. Y pensar que hace un año y medio de eso, y que ha pasado tanto tiempo desde entonces… Han pasado tantas cosas en los últimos años, que solo recuerdo querer olvidar. Y sigo intentándolo, pero no puedo. Nunca podré del todo.
            Prefiero sonreír y hacer como que todo va bien, aunque sé que no es así.
            Perdí a Ja… una persona muy importante para mí, y, claro, ¿luego qué? El reto de aceptarlo. Ya tenía superado el tema de mi madre pero no se puede conseguir lo que conseguí en nada más ni nada menos que dieciocho años en dos, o menos, incluso.
            Mi padre y Tracy se casaron, y eso es todo. Ahora son felices… qué envidia. Mi padre, para variar, se preocupó por mí e insistió en que yo faltara a la boda, pero me negué. Asistí, y llevé a Brandon conmigo. A Tracy le cae bien, supongo que a papá también. En fin… me alegro mucho. Es mi novio y está bien que le caiga bien a mi familia. Supongo. Después de ser… bueno, secuestrada, lo normal sería que me hubiese quedado ahí estancada, pero me negué a hacer eso.
            Volví a la universidad. Sigo en empresariales, y no me va mal, mis notas son buenas y ya trabajo en el concesionario, aunque me costó un poco de trabajo, puesto que al principio no quería volver. No por los malos recuerdos, sino porque esos desencadenaron buenos… que lo hace todavía más difícil de olvidar, y por lo tanto, es peor.
            Se me hace raro pensar que en dos años no haya vuelto a pronunciar su nombre. Tengo miedo de hacerlo y que eso signifique echar todo por la borda.
            Me siento sobre la cama y fijo la vista en la ventana, pero me levanto de golpe.
            Creo que algo se ha movido fuera. Es decir… estoy convencida.
            Lo único que veo, antes de que desaparezca, son dos ojos miel de un individuo con una agilidad parecida a la de un felino y rápido, muy rápido.
            —Debo tener mucho sueño —susurro para mí, seguida de un suspiro.
           
♣ • ♣
           
            «Buenos días, Heather. Quiero verte.»
            Sonrío por decimoctava vez al leer el mensaje que Brandon me ha mandado hace un rato. No sé qué contestarle. Es domingo, no hay nada abierto, ¿qué podríamos hacer? Pero me encantaría salir con él…
            «Y yo a ti. ¿Qué se te ocurre?»
            Presiono en «enviar» y meto mi móvil en el bolsillo trasero de los vaqueros, luego le doy otro sorbo a mi capuchino. La televisión está encendida en esta cafetería, y al estar casi desierta, se oye más fuerte de lo que debería en realidad.
            Las noticias de la mañana.
            —En la cárcel de Chicago…
            Nada más oír eso, presto más atención. Una parte de mí siempre tendrá esperanzas, deseos… que solo aquel chico podrá cumplir.
            —… un preso que fue encarcelado hace dos años ha burlado las medidas de seguridad y se ha escapado.
            Oh, Dios.
            Al lado de la cabeza del presentador de las noticias aparece una imagen que se hace cada vez más nítida.
            —¡No! ¡No puede ser! —grito levantándome.
            La camarera me mira como si estuviese loca.
            —Jason McCann fue arrestado por secuestro, asesinato, robo… —continúa el presentador—. Es una amenaza para esta sociedad, por eso mismo se ha dado orden de búsqueda. Veintiún años, como pueden ver en la foto, mide metro ochenta, aproximadamente. Pueden obtener más información en nuestra página web…
            Dejo el billete encima de la mesa y corro hacia fuera.
            —Quédese con el cambio —grito cuando estoy saliendo de la cafetería.
            Entro en mi coche y meto primera.
            Conduzco hacia el norte de la ciudad, hasta llegar adonde yo quiero. Aunque me arrepiento de inmediato al darme cuenta de que era aquí adónde he sentido que necesitaba venir.
            A la cárcel.
           
            ♣ • ♣
           
            —Me gustaría ver a Michael Galagger —le digo al policía.— Fue encerrado hace dos años, en diciembre de 2012.
            Él se da la vuelta y hojea unos papeles que tiene archivados. Hay muchos vigilantes, por una razón más que evidente.
            —La acompaño, señorita…
            —O’Connor.
            —La acompaño, señorita O’Connor —dice él.— He de acompañarla. Además, el señor Galagger ahora tiene que…
            —Sé lo que ha pasado —lo interrumpo—. Un preso se fugó y eso no volverá a ocurrir pero es necesario que esta sea una conversación privada.
            Lo fijo con la mirada.
            —Si me dice donde está, podría ir yo sola. Es más, lo preferiría.
            Él clava sus ojos en los míos, atónito. Pero enseguida deja de estarlo y señala el final del pasillo.
            —Gire a la derecha y en el final, la celda 602.
            Le dedico una última mirada antes de ir en busca de Michael. Él… él lo llamaba Mike, cómo me acuerdo. Y también de Drake. Y, muy a mi pesar, de Jason también me acuerdo perfectamente.
            —Buenos días, señorita O’Connor —me saluda el hombre que está pasando por al lado—. Mi compañero me acaba de decir que desea hacerle una visita a Michael Galagger.
            Asiento.
            —Sé lo que va a decirme —contesto—, pero tengo que pedirle que sea una conversación privada, uhm… —leo su placa—, señor Pepper.
            Él vacila antes de contestar.
            Sé que solo tengo veinte años, pero también soy consciente de lo en serio que me suelen tomar debido a mi seriedad. Al menos, eso es lo que dice mi padre, y que por eso sirvo para trabajar en el concesionario.
            —Bien. Me quedaré en la puerta.
            —Tampoco estaré mucho rato. Personalmente, no es en la cárcel donde quiero pasar la mañana del domingo —añado.
            «598», «599», «600», «601»…
… «602».
Llamo a la puerta de la celda. Nadie contesta, pero algo me dice que Michael está dentro.
—Hola, Michael.
Él, que antes estaba de espaldas a la puerta, se gira y clava sus ojos verdes enmarcados por grandes ojeras en los míos, que de repente parece que van a salirse de sus órbitas.
—¿He-Heather? —tartamudea y se levanta.
Lo rodeo con mis brazos, y él corresponde mi abrazo. Me doy cuenta entonces de lo fuerte que está.
—¿Cómo…?
—Nadie sabe que estoy aquí. No tengo autorizado venir.
Nos sentamos, el uno frente al otro, y no me puedo creer que, después de dos años, vea a uno de los jóvenes que pueblan mis sueños desde entonces, todas las noches.
—En fin. ¿Cómo estás? —pregunta.
—Bien… ¿y tú?
Él mira a su alrededor, y luego a mí.
—Bueno… Lo siento.
—No lo sientas —me dedica una media sonrisa—. ¿Por qué has venido?
Inspiro profundamente antes de contestar.
—Creo… que eso ya lo sabes.
Michael entrecierra los ojos.
—Claro… —Hace una pausa—. No puedo ayudarte.
—Pero… ¿cómo lo hizo?
Michael solo toma una bocanada de aire antes de contestar:
—Heather, no sé qué fue de ti, pero Jason nunca te olvidó. 

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