◘ Heather O’Connor.
|| Dos años después ||
—Buenas noches, Heather —dice Brandon tras aparcar su
coche delante de mi casa.
—Adiós, Brandon —respondo.
Él me atrae hacia sí y presiona sus labios contra los
míos, con fuerza. Ambos reímos bajo el beso. Nos separamos, besa mi mejilla y
contemplo sus ojos grises. Rozo ligeramente sus labios una vez más antes de
salir de su coche y entrar en mi casa.
Subo las escaleras con rapidez y sumo cuidado para no ser
oída ni por Tracy ni por mi padre. Entro en mi habitación y abrazo un elefante
de peluche que me regaló Brandon en nuestra primera cita, fue el premio que
ganó en la feria, y como en las películas, me lo regaló. Y pensar que hace un
año y medio de eso, y que ha pasado tanto tiempo desde entonces… Han pasado
tantas cosas en los últimos años, que solo recuerdo querer olvidar. Y sigo
intentándolo, pero no puedo. Nunca podré del todo.
Prefiero sonreír y hacer como que todo va bien, aunque sé
que no es así.
Perdí a Ja… una persona muy importante para mí, y, claro,
¿luego qué? El reto de aceptarlo. Ya tenía superado el tema de mi madre pero no
se puede conseguir lo que conseguí en nada más ni nada menos que dieciocho años
en dos, o menos, incluso.
Mi padre y Tracy se casaron, y eso es todo. Ahora son
felices… qué envidia. Mi padre, para variar, se preocupó por mí e insistió en
que yo faltara a la boda, pero me negué. Asistí, y llevé a Brandon conmigo. A
Tracy le cae bien, supongo que a papá también. En fin… me alegro mucho. Es mi
novio y está bien que le caiga bien a mi familia. Supongo. Después de ser…
bueno, secuestrada, lo normal sería que me hubiese quedado ahí estancada, pero
me negué a hacer eso.
Volví a la universidad. Sigo en empresariales, y no me va
mal, mis notas son buenas y ya trabajo en el concesionario, aunque me costó un
poco de trabajo, puesto que al principio no quería volver. No por los malos
recuerdos, sino porque esos desencadenaron buenos… que lo hace todavía más
difícil de olvidar, y por lo tanto, es peor.
Se me hace raro pensar que en dos años no haya vuelto a
pronunciar su nombre. Tengo miedo de hacerlo y que eso signifique echar todo
por la borda.
Me siento sobre la cama y fijo la vista en la ventana,
pero me levanto de golpe.
Creo que algo se ha movido fuera. Es decir… estoy
convencida.
Lo único que veo, antes de que desaparezca, son dos ojos
miel de un individuo con una agilidad parecida a la de un felino y rápido, muy
rápido.
—Debo tener mucho sueño —susurro para mí, seguida de un
suspiro.
♣
• ♣
«Buenos días, Heather. Quiero verte.»
Sonrío por decimoctava vez al leer el mensaje que Brandon
me ha mandado hace un rato. No sé qué contestarle. Es domingo, no hay nada
abierto, ¿qué podríamos hacer? Pero me encantaría salir con él…
«Y yo a ti. ¿Qué se te ocurre?»
Presiono en «enviar» y meto mi móvil en el bolsillo
trasero de los vaqueros, luego le doy otro sorbo a mi capuchino. La televisión
está encendida en esta cafetería, y al estar casi desierta, se oye más fuerte
de lo que debería en realidad.
Las noticias de la mañana.
—En la cárcel de Chicago…
Nada más oír eso, presto más atención. Una parte de mí
siempre tendrá esperanzas, deseos… que solo aquel chico podrá cumplir.
—… un preso que fue encarcelado hace dos años ha burlado
las medidas de seguridad y se ha escapado.
Oh, Dios.
Al lado de la cabeza del presentador de las noticias
aparece una imagen que se hace cada vez más nítida.
—¡No! ¡No puede ser! —grito levantándome.
La camarera me mira como si estuviese loca.
—Jason McCann fue arrestado por secuestro, asesinato,
robo… —continúa el presentador—. Es una amenaza para esta sociedad, por eso
mismo se ha dado orden de búsqueda. Veintiún años, como pueden ver en la foto,
mide metro ochenta, aproximadamente. Pueden obtener más información en nuestra
página web…
Dejo el billete encima de la mesa y corro hacia fuera.
—Quédese con el cambio —grito cuando estoy saliendo de la
cafetería.
Entro en mi coche y meto primera.
Conduzco hacia el
norte de la ciudad, hasta llegar adonde yo quiero. Aunque me arrepiento de
inmediato al darme cuenta de que era aquí adónde he sentido que necesitaba
venir.
A la cárcel.
♣ • ♣
—Me gustaría ver
a Michael Galagger —le digo al policía.— Fue encerrado hace dos años, en
diciembre de 2012.
Él se da la
vuelta y hojea unos papeles que tiene archivados. Hay muchos vigilantes, por
una razón más que evidente.
—La acompaño,
señorita…
—O’Connor.
—La acompaño,
señorita O’Connor —dice él.— He de acompañarla. Además, el señor Galagger ahora
tiene que…
—Sé lo que ha
pasado —lo interrumpo—. Un preso se fugó y eso no volverá a ocurrir pero es
necesario que esta sea una conversación privada.
Lo fijo con la
mirada.
—Si me dice donde
está, podría ir yo sola. Es más, lo preferiría.
Él clava sus ojos
en los míos, atónito. Pero enseguida deja de estarlo y señala el final del
pasillo.
—Gire a la
derecha y en el final, la celda 602.
Le dedico una
última mirada antes de ir en busca de Michael. Él… él lo llamaba Mike, cómo me
acuerdo. Y también de Drake. Y, muy a mi pesar, de Jason también me acuerdo
perfectamente.
—Buenos días,
señorita O’Connor —me saluda el hombre que está pasando por al lado—. Mi
compañero me acaba de decir que desea hacerle una visita a Michael Galagger.
Asiento.
—Sé lo que va a
decirme —contesto—, pero tengo que pedirle que sea una conversación privada,
uhm… —leo su placa—, señor Pepper.
Él vacila antes
de contestar.
Sé que solo tengo
veinte años, pero también soy consciente de lo en serio que me suelen tomar
debido a mi seriedad. Al menos, eso es lo que dice mi padre, y que por eso
sirvo para trabajar en el concesionario.
—Bien. Me quedaré
en la puerta.
—Tampoco estaré
mucho rato. Personalmente, no es en la cárcel donde quiero pasar la mañana del
domingo —añado.
«598», «599»,
«600», «601»…
… «602».
Llamo a la puerta de la celda. Nadie
contesta, pero algo me dice que Michael está dentro.
—Hola, Michael.
Él, que antes estaba de espaldas a la
puerta, se gira y clava sus ojos verdes enmarcados por grandes ojeras en los
míos, que de repente parece que van a salirse de sus órbitas.
—¿He-Heather? —tartamudea y se levanta.
Lo rodeo con mis brazos, y él corresponde
mi abrazo. Me doy cuenta entonces de lo fuerte que está.
—¿Cómo…?
—Nadie sabe que estoy aquí. No tengo
autorizado venir.
Nos sentamos, el uno frente al otro, y no
me puedo creer que, después de dos años, vea a uno de los jóvenes que pueblan
mis sueños desde entonces, todas las noches.
—En fin. ¿Cómo estás? —pregunta.
—Bien… ¿y tú?
Él mira a su alrededor, y luego a mí.
—Bueno… Lo siento.
—No lo sientas —me dedica una media
sonrisa—. ¿Por qué has venido?
Inspiro profundamente antes de contestar.
—Creo… que eso ya lo sabes.
Michael entrecierra los ojos.
—Claro… —Hace una pausa—. No puedo
ayudarte.
—Pero… ¿cómo lo hizo?
Michael solo toma una bocanada de aire
antes de contestar:
—Heather, no sé qué fue de ti, pero Jason
nunca te olvidó.
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