◘ Jason McCann.
—¿Por
qué lo hizo, señor McCann? Robar el coche, secuestrar a la señorita O’Connor.
No
soporto que la llamen ‘señorita O’Connor’. No soporto tener yo que llamarla
así. Quiero llamarla Heather. Quiero hacer lo que me dijo Will que hiciera:
decirle que la amo. Una, dos, tres veces. Que la amaré siempre porque en un mes
se ha convertido en el centro de mi vida, en lo más importante… Tal vez sea
excesivo por mi parte, quién sabe. Esta es de esas cosas que no se pueden saber
nunca. Que es imposible saber a ciencia cierta.
—Trabajaba
para unos hombres, Josh Anderson y Lewis Thompson. Al igual que lo hacía Drake,
y Michael también. Por complicaciones… y si hacíamos aquel trabajo estábamos un
paso más cerca de, en fin, obtener una información valiosa para nosotros.
—¿Y
cuál era?
—Bueno…
cuando yo tenía ocho años, asesinaron a mi madre delante de mí. Estuve buscando
al asesino, evidentemente, y entonces aparecieron ellos dos, que me ofrecían
ayuda y dinero, siempre y cuando tuviera presente que ellos eran mis jefes.
También mataron al hermano de Drake y al igual que a mí, dejaron a Michael sin madre.
Era nuestra prioridad. Encontrar a sus asesinos, y no descansar hasta haberlo
hecho.
«Mis
prioridades, son tan distintas ahora…»
Me
callo. Todos me miran expectantes. Puede que estén esperando que yo siga
hablando.
El
problema es que no tengo nada que decir ahora mismo.
«Si
Drake estuviera aquí…»
Pero no
está. Se ha ido, para siempre.
«Este
no es el momento».
Desde
luego que no, no es el momento de ponerme sensiblero ahora que estoy en un
juicio, un juicio que hará una modificación radical en mi vida.
—¿Cómo
murió Drake Redmond?
Ha
hundido el dedo en la llaga. Cómo duele que hablen de mi mejor amigo muerto con
tanta frivolidad.
Pero
estoy obligado a contestar.
—Josh
Anderson lo mató.
Asiente
de una forma que no me da buena espina, desde luego que no.
—¿Lo
presenció usted?
Todos
saben que no es relevante en el caso, pero imagino que lo que quieren es
cotillear. Quién sabe.
—Así es
—susurro en todo firme.
Dirijo
una mirada al señor O’Connor, al padre de Heather, al hombre al cual le robé no
solo un coche, sino también a su hija.
Tiene
los ojos clavados en mí, con una mueca de asco dominando su expresión. Pero no
me importa. Es obvio, le importa su hija, yo le doy exactamente igual. Bueno,
en realidad, de ser así, tal vez yo no estaría aquí, ni él tampoco. Aunque
admito que mi vida, es este momento, se resume a este juicio. Que he estado
esperando desde siempre.
Para
terminar con la amenaza de Josh y Lewis.
El caso
es que… en aquel entonces, con dieciséis años, cuando los llamé, todo era
alucinante, quería hacer más y más, pensaba que yo servía para eso. La
adrenalina corría por mis venas día sí, día también. Deseaba que el teléfono
sonara, recuerdo llamarlo «misión», como si fuese un agente del FBI, de la CIA o un espía, que hacía el
bien… porque no quería darme cuenta de que mientras mi vida era una montaña
rusa llena de robos, asesinatos y tráficos.
A los
diecisiete deseaba que me pillaran. Deseaba que la policía nos alcanzara en uno
de nuestros estropicios. Me daban ataques de ansiedad constantemente. Recuerdo…
recuerdo incluso a Drake insistiendo en llevarme al médico, y a mí negándome.
«No me estoy volviendo loco», le decía, le gritaba con constancia. Deseaba
poder alejarme de aquel puto infierno. Deseaba dar marcha atrás para volver con
mi padre. Tenía tantas ganas de desaparecer…
Hasta a
los dieciocho lo intenté. Tantas veces… No me importaba nada, no tenía ningún
motivo para continuar destrozándole la vida a personas como me lo hicieron a
mí, que sufrí cuando perdí a mi madre. Les quitaba a personas de su familia,
objetos que tenían valores no solo materiales, sino puede incluso que morales.
A lo mejor aquel collar era de alguien importante, o aquella sortija… Y las
drogas, eran mis compañeras a todas horas. Era adicto a la heroína, y aunque
recuerdo hablar con Drake y a él orgulloso con su «Fuiste lo suficiente
inteligente como para dejarlo a tiempo» pero nunca estuve de acuerdo.
Escatimaba el dinero, y al principio me negué a renunciar a mi maravillosa
amiga, pero comprendí que no me quedaba otra, por desgracia. Sé que hice bien,
aunque a veces sienta que lo necesito, otra vez.
Y
ahora, con diecinueve, parecía haber conseguido el control, el equilibrio, en
mi vida. Pero apareció ella. Le dedico una mirada rápida, que no se si ella ha
llegado a captar. No se da cuenta, pero nada más aparecer, rompió mis esquemas.
Es lo único bueno que ha aparecido por mi vida y lo voy a perder. Cuando la vi
por primera vez, lo primero en lo que pensé fue en una vida diferente. Y a
medida que avanzó, solo quería cambiar.
A
mejor…
Para
ella.
—Está
bien, señor McCann, he terminado con las preguntas —dice el fiscal.
Me
levanto y vuelvo a mi sitio, junto con mi abogado. Suspira pesadamente y clava
sus ojos en los míos. Cuando voy a decirle algo, el juez me corta.
—A
continuación, el veredicto del jurado.
De
repente me fijo, en que me sudan las manos a horrores.
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