lunes, 31 de diciembre de 2012

Capítulo 35 «As long as she loves me»


◘ Jason McCann
        
         Estoy en la cárcel.
         Oh, Dios.
         No voy a asimilar el permanecer aquí tanto tiempo como lo es el cumplir la condena. Y solo llevo un mes. Michael parece asimilarlo mejor que yo, pero, quién sabe, tal vez sea como Drake, que parecía estar genial de día, y por la noche estaba destrozado, bebía mucho. Pero eso Michael no podrá hacerlo en la cárcel. Quién sabe, puede que explote de tanto odio contenido, porque aún no lo he oído quejarse de nada.
         Me siento en la banqueta de la celda.
         El principal problema es que no siento remordimientos por haber secuestrado a Heather, que es realmente el motivo por el cual estoy aquí. Si no hubiera existido ese trabajo para Josh y Lewis, ellos seguirían vivos, y yo cometiendo crímenes con Drake, que también conservaría su vida junto con Will y Mike que también sería libre, relativamente, aunque seguiría bajo la dictadura de Josh y Lewis. Cambiando las muertes de Drake y Will, no hay nada que lamentar.
         Porque conocí a Heather.
         La chica rica de ojos oscuros…
         …de la cual me enamoré casi al instante.
         Tan hermosa, tan perfecta. Que no pude ver más allá de eso. No había sentido nada así nunca. Jamás. Y de repente aparecía alguien a quien tenía que hacer daño a la fuerza, solo porque me lo ordenaban y, y… ¿cómo es posible? ¿Cómo era posible que quisiera protegerla más a ella que a mí mismo, cuando era lo contrario de lo que debía hacer? Cómo era posible que, con todas las chicas del universo, fuese… ¿ella? Y más todavía, con todos los chicos que pueblan Chicago, Estados Unidos, América, el mundo… una chica como esa, se fijase en mí. Un delincuente. No más allá de un vulgar asesino.
         La extraño tanto.
         Tengo unas ganas enormes de besarla. De sentir sus húmedos y finos labios sobre los míos. De acariciarla. De sentirla.
         «Pero no puedo. No podré nunca.»
         Estas seis palabras son las que me repetiré… hasta el fin.
        
         ♣ • ♣
        
         —McCann, tiene visita.
         Se supone que a verme, no puede venir nadie. Se supone que estoy vetado, al menos ahora, que solo hace un mes y medio que me encarcelaron. Sigo siendo considerado como una gran amenaza, y posiblemente lo esté hasta el fin de mis días.
         Por eso mismo no tengo ni idea de quién querrá (y podrá) ver a «la escoria» de Chicago.
         Me levanto y llevan a donde supuestamente me espera mi visita. No tengo muchas ganas de ver a nadie últimamente, sorprendentemente.
         —Buenas tardes, Jason McCann —me saluda el… el… el señor O’Connor.
         Tratando disimular que esto es, en definitiva, lo último que me esperaba, que podría haber llegado a esperar nunca, me siento y lo saludo.
         —Hola, señor O’Connor.
         Él mantiene la vista fija en mí. Creo sinceramente que no tiene ganas de darle vueltas al asunto, simplemente quiere advertirme.
         Es algo que aprendí tras haber estado trabajando para aquellos tipos durante tres largos, pesados y complicados años, donde lo único que importaba era sobrevivir. Cada vez que los miraba, sabía de antemano qué era lo que tenían que decirme. Buenas o malas noticias, consejos o advertencias.
         Puede parecer raro, pero sé leer en las personas.
         De momento, en todas… menos en una.
         Ella.
         No quiero desviarme, sino permanecer aquí, oyendo qué trae al señor O’Connor por aquí, qué tendrá que decirme, porque a saber qué tal me va, es más que evidente, que no le interesa demasiado.
         Pero está un tiempo sin decirme nada, simplemente los ojos escrutándome y con una expresión endurecida que se podría confundir fácilmente con una mueca de asco.
         —En fin, Jason, es evidente que no vengo a preguntarte cómo te va.
         Lo sabía.
         —¿Y a qué ha venido? —susurro.
         —Estaba preguntándome —responde automáticamente— en qué podría haber visto mi hija en ti… en alguien como tú.
         Uhm… desde luego, no es esto lo que esperaba oír. Espero que tampoco sea lo que espera él escuchar mi respuesta.
         —¿Sabe? Yo me estaba preguntando lo mismo.
         Él se levanta, desafiante, pero yo permanezco sentado, con la vista clavada en las esposas que rodean mis muñecas.
         —Eres un impertinente, chico —masculla.
         Clavo sus ojos en los míos, y me doy cuenta de que son los ojos de Heather, pero con más años encima, nada más. Una parte de mí sonríe, y se imagina que quien está frente a mí es ella, no su padre, de quien heredó sus ojos, sus hermosos, profundos, expresivos y oscuros ojos castaños.
         —Jason, escucha, ella terminará olvidándote. No le quedará más remedio. Conocerá a más chicos, y se dará cuenta entonces que no mereces tanto la pena como cree.
         No me siento ofendido, solo digo, en un susurro:
         —Siempre y cuando ella me ame.
         —¿Qué has dicho? —pregunta levantando la voz.
         —Siempre y cuando ella me ame —repito, esta vez, siendo yo quien lo desafía—. Siempre y cuando ella me ame, podré estar muerto de hambre, podré estar sin casa, podré estar destrozado. Pero no me importará… siempre y cuando ella me ame.
         El señor O’Connor no dice nada más. Se levanta, coge su chaqueta y se aleja.
         Ojalá pudiera, pudiera verla… pero tendré que esperar tanto tiempo…
         ¿O no?

No hay comentarios: