◘ Jason McCann
Estoy
en la cárcel.
Oh,
Dios.
No voy
a asimilar el permanecer aquí tanto tiempo como lo es el cumplir la condena. Y
solo llevo un mes. Michael parece asimilarlo mejor que yo, pero, quién sabe,
tal vez sea como Drake, que parecía estar genial de día, y por la noche estaba
destrozado, bebía mucho. Pero eso Michael no podrá hacerlo en la cárcel. Quién
sabe, puede que explote de tanto odio contenido, porque aún no lo he oído
quejarse de nada.
Me
siento en la banqueta de la celda.
El
principal problema es que no siento remordimientos por haber secuestrado a
Heather, que es realmente el motivo por el cual estoy aquí. Si no hubiera
existido ese trabajo para Josh y Lewis, ellos seguirían vivos, y yo cometiendo
crímenes con Drake, que también conservaría su vida junto con Will y Mike que
también sería libre, relativamente, aunque seguiría bajo la dictadura de Josh y
Lewis. Cambiando las muertes de Drake y Will, no hay nada que lamentar.
Porque
conocí a Heather.
La
chica rica de ojos oscuros…
…de la
cual me enamoré casi al instante.
Tan
hermosa, tan perfecta. Que no pude ver más allá de eso. No había sentido nada
así nunca. Jamás. Y de repente aparecía alguien a quien tenía que hacer daño a
la fuerza, solo porque me lo ordenaban y, y… ¿cómo es posible? ¿Cómo era
posible que quisiera protegerla más a ella que a mí mismo, cuando era lo
contrario de lo que debía hacer? Cómo era posible que, con todas las chicas del
universo, fuese… ¿ella? Y más todavía, con todos los chicos que pueblan
Chicago, Estados Unidos, América, el mundo… una chica como esa, se fijase en
mí. Un delincuente. No más allá de un vulgar asesino.
La
extraño tanto.
Tengo
unas ganas enormes de besarla. De sentir sus húmedos y finos labios sobre los
míos. De acariciarla. De sentirla.
«Pero
no puedo. No podré nunca.»
Estas
seis palabras son las que me repetiré… hasta el fin.
♣ • ♣
—McCann,
tiene visita.
Se
supone que a verme, no puede venir nadie. Se supone que estoy vetado, al menos
ahora, que solo hace un mes y medio que me encarcelaron. Sigo siendo
considerado como una gran amenaza, y posiblemente lo esté hasta el fin de mis
días.
Por eso
mismo no tengo ni idea de quién querrá (y podrá) ver a «la escoria» de Chicago.
Me
levanto y llevan a donde supuestamente me espera mi visita. No tengo muchas
ganas de ver a nadie últimamente, sorprendentemente.
—Buenas
tardes, Jason McCann —me saluda el… el… el señor O’Connor.
Tratando
disimular que esto es, en definitiva, lo último que me esperaba, que podría
haber llegado a esperar nunca, me siento y lo saludo.
—Hola,
señor O’Connor.
Él
mantiene la vista fija en mí. Creo sinceramente que no tiene ganas de darle
vueltas al asunto, simplemente quiere advertirme.
Es algo
que aprendí tras haber estado trabajando para aquellos tipos durante tres
largos, pesados y complicados años, donde lo único que importaba era
sobrevivir. Cada vez que los miraba, sabía de antemano qué era lo que tenían
que decirme. Buenas o malas noticias, consejos o advertencias.
Puede
parecer raro, pero sé leer en las personas.
De
momento, en todas… menos en una.
Ella.
No
quiero desviarme, sino permanecer aquí, oyendo qué trae al señor O’Connor por
aquí, qué tendrá que decirme, porque a saber qué tal me va, es más que
evidente, que no le interesa demasiado.
Pero
está un tiempo sin decirme nada, simplemente los ojos escrutándome y con una
expresión endurecida que se podría confundir fácilmente con una mueca de asco.
—En
fin, Jason, es evidente que no vengo a preguntarte cómo te va.
Lo
sabía.
—¿Y a
qué ha venido? —susurro.
—Estaba
preguntándome —responde automáticamente— en qué podría haber visto mi hija en
ti… en alguien como tú.
Uhm…
desde luego, no es esto lo que esperaba oír. Espero que tampoco sea lo que
espera él escuchar mi respuesta.
—¿Sabe?
Yo me estaba preguntando lo mismo.
Él se
levanta, desafiante, pero yo permanezco sentado, con la vista clavada en las
esposas que rodean mis muñecas.
—Eres
un impertinente, chico —masculla.
Clavo
sus ojos en los míos, y me doy cuenta de que son los ojos de Heather, pero con
más años encima, nada más. Una parte de mí sonríe, y se imagina que quien está
frente a mí es ella, no su padre, de quien heredó sus ojos, sus hermosos,
profundos, expresivos y oscuros ojos castaños.
—Jason,
escucha, ella terminará olvidándote. No le quedará más remedio. Conocerá a más
chicos, y se dará cuenta entonces que no mereces tanto la pena como cree.
No me
siento ofendido, solo digo, en un susurro:
—Siempre
y cuando ella me ame.
—¿Qué
has dicho? —pregunta levantando la voz.
—Siempre
y cuando ella me ame —repito, esta vez, siendo yo quien lo desafía—. Siempre y
cuando ella me ame, podré estar muerto de hambre, podré estar sin casa, podré
estar destrozado. Pero no me importará… siempre y cuando ella me ame.
El
señor O’Connor no dice nada más. Se levanta, coge su chaqueta y se aleja.
Ojalá
pudiera, pudiera verla… pero tendré que esperar tanto tiempo…
¿O no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario