◘
Heather O’Connor.
Ahora
yo me encuentro en el estrado, con todas las miradas posadas en mí. Pero yo
solo puedo mirar a Jason. Sus ojos clavados en los míos, de una forma tan
dulce, tan bonita.
El abogado
de Jason da vueltas a la vez que formula su primera pregunta.
—Señorita
O’Connor, durante el secuestro, ¿sufrió alguna clase de maltrato?
Me dan
ganas de soltar una carcajada. Me trataban relativamente bien, no sería capaz
de quejarme nunca por eso.
—Si se
refiere a si me pegaban, nunca me hicieron tal cosa. Ni Jason McCann ni Drake
Redmond.
—¿Y abusaron de usted en algún momento ?
Sé lo
que está diciendo, aunque saque palabras rebuscadas para decirlo, tal vez
temiendo a la respuesta. Pero a mí no me importa. Tal vez si Drake siguiera
entre nosotros, contestaría un rotundo no, porque a pesar de todo él no era
consciente lo que hacía…
—En una
ocasión, Drake sí… Pero no le guardaré nunca rencor por eso. Entró Jason justo
en el momento oportuno, y aunque no estaba muy pendiente de lo que pasaba,
recuerdo que se pegaron. Drake le gritaba que lo dejara hacer lo que él
quisiese, pero Jason no hacía caso y, bueno… al final no pasó nada.
»Yo
estaba llorando, llena de heridas, pensando en lo cerca que había pasado de que
aquel chico que había intentado abusar de mí —utilizo la misma expresión que el
abogado de Jason— y lejos de todo… pero Jason me había defendido, a pesar de haberme
secuestrado. ¿Por qué? Todavía no lo sé. El caso es que después de eso intentó
ser más indiferente de lo que yo misma habría querido. Fue ese un tiempo en el
que… lo eché de menos.
—¿A
quién?
—A
Jason.
—¿Por
qué?
Por
tantas razones… que ni siquiera sabría decirte.
No
sabría explicar con palabras lo que siento cuando me mira, lo que sentí cuando
me dijo que era un secuestro, cuando me dijo que llevara cuidado. Y cuando yo,
lo único en lo que pensaba, era en denunciarlo nada más salir. Pero nada ha
sucedido de este modo.
Una
lágrima surca mi mejilla. Me apresuro en limpiarla aun sabiendo, aun estando
segura, de que todos la han visto.
—No lo
sé.
Observo
a Jason. Sus ojos miel contemplándome con tanta intensidad, tantos sentimientos
juntos y turbados… que incluso me asusto. Siento que sigo esperándolo. Seguiré
haciéndolo hasta que esto termine, ojalá a mi favor, y podamos irnos.
Lejos.
Juntos.
♣ • ♣
El
fiscal está frente a mí, y siento su incómoda mirada recorrerme de arriba
abajo.
—Dice
que ni el tal Drake Redmond ni Jason McCann le pegaron, nunca, sin embargo
tiene una herida en el cuello, y otra, aún más profunda, en la pierna. ¿Si no
fue Jason McCann, ni tampoco Michael Galagger, ni Drake Redmond, quién se las
hizo?
No
contesto. No directamente. Antes miro a Jason un instante, él ha apartado la
mirada.
«Cree
que es su culpa… Que todo esto lo es.»
Joder,
me gustaría tanto decirle que se equivoca…
Que no podemos culpar a nadie de nada, en este caso. Da igual lo que
haga, mi padre siempre se sale con la suya. Si no hoy —cosa que, muy a mi
pesar, dudo—, se las apañará para condenar a Jason otro día.
Y es
que no importa cuántas veces les diga a él o a Tracy que no pueden hacerme
esto, porque estoy enamorada de ese chico, de Jason McCann, que si me lo
quitan, yo…
—Conteste,
señorita O’Connor.
—Yo…
pff.
«Me doy
por vencida.»
—Los
hombres para los que trabajaban Jason McCann, Michael Galagger y Drake Redmond
me secuestraron dentro del secuestro original, aun habiendo sido ellos quienes
ordenaron el primer secuestro. Ya no recuerdo por qué, aunque no les hacía
falta, pero fueron ellos quienes me hicieron esas heridas.
Pasa el
rato, con preguntas, que parece que no se van a terminar nunca, sin dejar de
mirar a Jason. Da igual que diga que estoy enamorada, que tal vez solo esté
contando mentiras con tal de que él salga de aquí… sin embargo, me han enseñado
que hay cosas que no se dicen a no ser que pregunten…
♣ • ♣
Cuando
parece que el abogado de Jason ha terminado de hacerme preguntas —de lo cual
estoy más que agradecida—, susurra:
—Una
última, y habré terminado.
Suelto
un pesado suspiro.
—Me he
fijado, señorita O’Connor, en que no le ha quitado ojo a mi cliente. ¿Podríamos
saber por qué?
Cuando
estoy a punto de contestar, que es de inmediato, el abogado contratado por mi
padre se levanta gritando:
—¡Señoría,
protesto! No es relevante en el caso.
El juez
me mira de una manera que no sabría descifrar, y tras un instante de incómodo
silencio, sentencia:
—Denegada.
Por favor, señorita O’Connor, conteste a la pregunta.
Siento
una presión con la que no puedo, que es superior a mis fuerzas, que me va
ganando. Estoy exhausta. Pero no me importa.
Siempre
tendré las suficientes fuerzas para decir que estoy enamorada. No importa el
momento, ni tampoco el lugar.
—He
estado todo el tiempo mirando a Jason McCann porque… porque… —ahora, no es todo
tan claro, las lágrimas me empañan la vista, me obligan a callarme y rendirme,
pero querer es poder—. Porque no quiero que sea condenado.
El
jurado suelta un grito ahogado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario