domingo, 16 de diciembre de 2012

Capítulo 29 «As long as she loves me»


◘ Jason McCann

Pagamos la habitación y ella viene conmigo al coche. Michael nos sigue con el suyo. Tenía cosas que hacer, dice, irse, por ejemplo, lejos. Quería empezar de nuevo, pero antes venir. En cierto modo, siento como que tiene que estar con nosotros.
Y es que esta vez no hay ningún plan. Y eso me asusta, porque en un mes he pasado, literalmente, a calcularlo todo a improvisar de tal forma que incluso estoy nervioso como nunca. Aprieto el volante, con tanta fuerza que hasta me duele. Necesito un respiro.
Y por si fuese poco, Heather me acaricia el cuello, y eso hace que se me acelere el pulso de una forma increíble. Respiro hondo, y aunque no la miro, intuyo su maravillosa y perfecta sonrisa.
—¿Sabes llegar a mi casa? —pregunta en un susurro momentos después.
—Eres la famosa hija O’Connor, todo el mundo sabe dónde vives —contesto. Pero no lo hago como una burla, simplemente constato un hecho obvio.
—¿Y antes dónde vivías tú?
—¿Eh? —sonrío.
—Es curiosidad.
—Pues… bueno, dos calles más abajo de tu casa.
Ella me mira atónita.
—En serio —añado.
No estoy seguro de que me crea, pero es la verdad. Desde siempre había visto su casa, cuando me llevaban al colegio, hasta me parece recordar que el día de mi octavo cumpleaños pasamos por ahí para ir al metro. Hace años que no piso este barrio.
—Oh, Dios —lo oigo decir de repente.
—¿Qué pas…?
Clavo mi vista en el frente, y entorno los ojos para ver que al final de la calle, justo frente a la mansión O’Connor hay, por lo menos, cuatro coches policía.
—Baja —le ordeno a Heather.
—No.
—Por favor…
—¡No, Jason! ¿No te das cuenta? Si voy contigo, tal vez pueda explicárselo.
No me da tiempo a responder, dos de esos coches vienen hacia nosotros.
«Joder.»
Hago un giro brusco y freno en seco al ver que una anciana está cruzando la calle, pero se da prisa, supongo, que al oír las sirenas de los ahora… ¿diez? Coches patrulla que nos siguen.
Los oigo cada vez más cerca, he perdido de vista el coche de Mike, no sé si nos ha adelantado o se ha perdido, o lo han cogido. Ojalá sea la primera de esas tres cosas, de verdad que lo espero.
Me sorprende ver que sigo conociendo este barrio como si siguiese viviendo aquí. Paso por delante de la casa de mi padre. Creo que no sería capaz de llamarla «mi» casa después de todo. Y tal vez ni siquiera «mi» padre. Perdí el derecho de hacerlo hace tanto tiempo… Joder. He perdido tantas cosas. ¿Sabes? Es como ese dicho que dice: «Tropezar varias veces con la misma piedra» metafóricamente queriendo decir que cometen los mismos errores una y otra vez. Y yo, lo que he hecho, ha sido buscar la piedra y darme con ella en la cabeza. Y aún la tengo en la mano, dispuesto a pegarme de nuevo con ella. A cometer más errores. A pensar en lo que creo que es mejor para mí pero no hace nada bueno para nadie.
«Después de esto… nos entregaremos» fue la conversación que tuvimos Drake y yo.
Quiero cumplir una puta promesa, aunque solo sea por una vez. De una vez por todas, quiero hacer lo que digo. Quiero poder estar bien conmigo mismo.
Nunca he sido una persona ambiciosa, pero ahora, quiero dos cosas.
Y solo puedo elegir una.
Primera. Quiero poder mirarme al espejo. Quiero cumplir mi deuda con el mundo, quiero poder pensar en Drake como mi mejor amigo, no como un chico que cometía crímenes conmigo.
Y segunda. Quiero seguir con Heather. Quiero ver a dónde llega esto. Quiero llegar a los doscientos kilómetros por hora y alejarme con ella. Lejos. A dónde sea. Pero mientras esté con ella, con sus ojos oscuros, qué más me da eso.
Y es que, la mejor manera de aprender, es hacerlo cuando no tienes más opción.
Cuatro coches patrulla se paran delante de mi furgoneta, cortándome el paso, mientras tengo cinco detrás. Efectivamente, son diez.
—¡Salgan del coche! —grita un policía.
Giro lentamente la cabeza hasta Heather.
Cuando ella va a decir algo, otra voz de oye desde fuera:
—¡Hija!
—¿Papá? —chilla en un grito ahogado, acaricia mi mano.
Otro policía se avanza hacia nosotros, con Michael. Él no dice nada, solo está junto al policía, que dicho sea de paso, tiene la mano puesta con orgullo sobre su pistola.
Si soy sincero, estos hombres son tan delincuentes como yo.
«Juro que como le haga algo a Michael, de aquí no sale nadie vivo. Maldita sea, solo tiene dieciocho años, y ha vivido más peligros que todos estos policías juntos en su puta vida.»
Abro la puerta y Heather se queda atónita, sin dejar de mirarme.
—Ojalá hubiese otra manera —susurro entrecortadamente.
A ella se le cristalizan los ojos.
—Por favor, no llores —más que nada, sueno como una súplica, pero, Dios, otra vez no.
Me acerco a ella y la beso en los labios. Suave, lentamente. Como si a pesar de todo, en este mundo solo existiésemos nosotros dos. Donde podría cumplir todas las promesas que le hiciera, como no dejarla nunca y no soltarta. Donde podría existir con ella siempre. Ella se aprieta más contra mí y la oigo gemir. Noto sus lágrimas por sus mejillas, humedeciendo las mías.
—¡Deja en paz a mi hija! —oigo cuando nos separan.
Ella se gira hacia su padre, que tiene sus brazos en su espalda para mantenerla inmóvil y le dice:
—¡No tienes ni idea!
Inspiro profundamente.
—¡Lo quiero!
—Yo también te quiero, Heather O’Connor —susurro.
Expiro.
Luego los policías tiran de mí.

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