◘ Jason McCann.
Llevo
puesto un mono naranja, las manos delante de mí rodeadas por unas esposas, y
permanezco sentado en la banqueta de la celda. No podría imaginar permanecer
aquí mucho más tiempo, cuando sé que lo más probable es que no salga en años
después de este juicio. Todos me quieren ver condenado, es así, y curiosamente
no tengo miedo por eso.
Me
asusta poder perder a Heather en algún momento, porque es eso lo que no podría
soportar ahora mismo. Cuando es lo único que me queda, porque ni Drake, ni mi
madre, ni nadie está conmigo.
Recuerdo
cuando apareció ella, que me hizo pensar que tenía que ser una persona
diferente. ¿Es eso lo que te pasa al enamorarte? ¿Que sientes que necesitas
estar a la altura? Porque no dejo de darle vueltas últimamente. Solo pienso en
que no soy lo suficiente bueno para ella, que podría estar con cualquier chico,
con lo bonita que es. A mis ojos, ella está por encima de cualquiera pero, ¿yo?
Un sucio y asqueroso delincuente. ¿Qué va a pasar ahora? En unas horas un
juicio, y según el veredicto, una cosa u otra.
Si
me condenan, será el fin, de todo. Porque sí, Heather, es todo, y soy incapaz
de decir lo contrario, simplemente porque… La amo. Sí. Estoy seguro. Más de lo
que lo he estado en mucho tiempo, y ahora, separarme, desaparecer de su vida,
es algo que no puedo hacer de repente. Porque no quiero. Lo que realmente quiero,
es estar con ella, siempre, no alejarme de su lado, a no ser que ella lo desee.
Y,
por el contrario, ¿y si no me condenan? En ese caso, todo sería complicado.
Dudo mucho que a su padre le parezca bien que después de todo, su hija y yo
estemos justos.
Al
final, en cualquiera de los casos… ¿qué voy a hacer? ¿Qué va a pasar? ¿Qué?
Lo
peor de todo es que me parece que, pase lo que pase, Heather y yo no podríamos
nunca estar juntos. ¿Qué puede haber visto en mí? Yo, en ella… Todo. Cualquier
cosa valdría para enamorar a alguien. Cualquiera. Es perfecta. Su manera de
mirarme, de clavar sus ojos oscuros en los míos, la manera en que todo se lo
calla para ella…
No
sé cómo fui capaz de secuestrarla, de hacerla pasar este calvario, de hacerla
sufrir para nada. Simplemente para darme cuenta que lo único que pasa es que
desde el primer momento en que la vi, sentí algo que jamás había sentido por
nadie. Fue nada más verla… ¡bum! Eso es todo, no sé qué pasó a raíz de ahí.
—McCann,
es la hora —dice un guardia con dureza.
Me
levanto, lentamente. Ahora, deseando que el tiempo se parase, para poder huir
de todo en este momento. Ojalá pudiese irme lejos, evidentemente, con Heather a
mi lado.
♣
• ♣
—Llamo
al acusado, Jason McCann, al estrado.
Antes
de eso, he estado desconectado, ordenando mis ideas, pensando en que esto es
decisivo en mi vida pero aun así… no puedo evitar pensar en qué pasará después.
—Llamo
al acusado, Jason McCann, al estrado —repite la voz lentamente, con
impaciencia.
Me
levanto y como un autómata, me siento donde me han indicado, en el estrado,
junto al juez, que me mira por encima del hombro, y casi, diría yo, con cierto
asco.
«Yo
también me lo doy, no importa», susurro casi para mí, tan flojo que dudo
siquiera de haberlo hecho.
—¿Dónde
estuvo la mañana del uno de noviembre?
Me
aclaro la garganta preguntándome si es esto lo que he esperado siempre. El
momento decisivo. Que toda mi vida se resuma a un instante, breve, que
recordaré siempre.
—En
un concesionario.
—¿El
mismo concesionario Bugatti que pertenece al señor O’Connor?
Miro
al frente, y me encuentro con los ojos de Heather, oscuros, brillantes. Y por
primera vez, inexpresivos. Estoy tan enfadado conmigo mismo… «Ella está
sufriendo, estúpido», me digo. «Está sufriendo por tu culpa, McCann».
—Así
es —susurro.
Se
oye un «oh» por parte del jurado. Esto no es una película policíaca, esta es la
triste realidad, mi vida, lo que pasa, cuando todo, absolutamente todo a tu
alrededor, está mal. En cuanto a eso, estoy más que convencido de ser el mejor
de los ejemplos en tal caso.
—¿Se
encontró a la señorita O’Connor allí?
Ella
aparta la mirada, cuando veo que una lágrima resbala por su mejilla. Me está
matando. Simplemente verla en este estado y no poder consolarla. Ojalá no
hubiese aparecido en su vida. Pero no puedo desaparecer.
Ahora
no.
—Sí.
—¿Michael
Galagger lo acompañó aquel día?
—No.
—¿Entonces
iba solo?
La
avalancha de preguntas. Esto es lo que toca ahora. Que me agobien, y que yo, en
un instante de debilidad en el cual haya bajado la guardia, confesar, o decir
algo que les sea suficiente para demostrar mi culpa, de la cual están todos más
que seguros.
—No.
Drake Redmond iba conmigo.
No
puedo dejar de mirar a Heather, ninguno corta el contacto visual que se ha
establecido entre nosotros.
—¿Drake
Redmond? ¿Quién es?
Un
escalofrío recorre mi cuerpo de pies a cabeza al oír su nombre. Esto se está
convirtiendo en un asunto personal. Tal vez ahora intenten buscarlo, pero yo no
puedo hablar sobre él de una forma tan trivial. Es mi mejor amigo y está, está…
—Está
muerto —digo firmemente, aunque me parece ver que todo a mi alrededor se cae—.
Lo mataron.
Siento
mis ojos cristalizarse y noto mi visión emborronada poco a poco.
—Señor
McCann, esa mañana, robó un coche de aquel concesionario. Un Bugatti Veyron de
tres millones de dólares —hace una pausa, clavando sus ojos en los míos,
supongo que quiere que conteste, o haga algo. Pero solo asiento, solo me veo capaz
de asentir, en este momento—. ¿Hicieron algo más usted y el señor Redmond?
No
contesto. Temo a la respuesta. Llevo noches sin dormir por la que es la solución
a esta pregunta, a estos problemas, por lo que hice aquel día, por algo que ya
no podré evitar nunca. Que seguirá ahí siempre.
«Otra
cosa más de lo que me arrepentiré hasta el día de mi muerte.»
—¿Se
llevaron algo más del concesionario? Algo… ¿o alguien? —el fiscal no separa su
mirada de la mía.
—Sí
—respondo—, secuestramos a Heather O’Connor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario