◘
Jason McCann.
Releo
la carta con rapidez y sin prestar demasiada atención.
Solo
saltan a mis ojos algunas frases, palabras sueltas, que simplemente resaltan a
mi vista.
«Cumpliste.
Pero
yo no. »
Heather…
tú solo soñabas con ser feliz, que es lo mismo con lo que yo soñaba, tu
felicidad. Que fuera con Brandon o con cualquier otro no me importaba lo más
mínimo, porque ninguno de ellos sería yo, así, que, al fin y al cabo, me daba
igual.
«Brandon
y yo lo hemos dejado. »
Eso
me produce sentimientos contradictorios.
¿Significa
eso que todo es ahora más sencillo… para mí? ¿Significa que el tiempo que lleva
con ese chico se ha echado a perder ahora? ¿Significa que no solo ella, sino
que él también, ahora lo pasan mal por mí? Clavo la mirada en el suelo. ¿Cómo
puedo hacer tanto mal, cuando intento casi no existir? ¿Cómo puedo hacer a
tantas personas sufrir? ¿Cómo puedo lastimar a tanta gente? ¿Cómo puedo ser
responsable de tanto sufrimiento?
¿Cómo?
Por
último…
«Te
quiero, joder. »
Ni
siquiera sé qué he de pensar. Me… me quiere. Y no me ha olvidado y está… Mis
pensamientos se interrumpen.
Rebusco
en los bolsillos de mi pantalón esperando encontrar un reloj. No tengo nada.
Sigo subido en el árbol, así que clavo mi vista en la ventana de la casa, y
busco con la mirada un reloj, un despertador, o lo que sea, en la habitación de
Header. Identifico un despertador en la mesilla de noche junto a su cama.
Enfoco un poco.
«23:42»
En
dieciocho minutos serán las doce y aquel edificio está a media hora de la de
Heather. No pierdo un instante, y salto al suelo. No voy a pensar en las
consecuencias ahora. Si me tuerzo el tobillo, a joderse.
Lanzo
una última mirada a la casa antes de echar a correr hacia el coche que me
proporcionó Luke y meto primera.
Sin
remordimientos.
Me
aferro al volante, tanto como a la esperanza de mirar a los ojos a Heather,
esos hermosos ojos oscuros.
Piso
el acelerador.
♣ • ♣
Casi
al instante, me parece oír las campanadas de la iglesia de cinco manzanas más
abajo —es curioso que lo recuerde tan bien—, que indican la hora.
Las
doce en punto.
Abro
la puerta del edificio con precipitación, y corro hacia el ascensor. Hay dieciséis
pisos, y como tiempo atrás vivía en el cuarto, no importaba subir y bajar por
las escaleras, pero he de darme prisa, no hay tiempo de contemplaciones.
«Fuera
de servicio.»
Maldigo
por lo bajo diciéndome que no tengo tiempo.
Llego
al séptimo piso en cuestión de minutos. Nunca pensé que el entrenamiento de la
cárcel sería tan útil. Continúo subiendo, mientras me recuerdo por qué llegué
hasta aquel punto… por qué estoy en este punto ahora. Solo me vienen imágenes
de una bala atravesando el pecho de Josh.
Recuerdo
una conversación que tuve con él, y está tan clara en mi cabeza, que parece
como si la estuviera oyendo en este mismo instante.
—Sabes
de sobra que no me gusta que juegues conmigo. Odio vuestros estúpidos
preámbulos. Contesta a mis preguntas de una vez por todas. Ya sabes… eso que no
has hecho en tu vida.
—¿Es
ese el modo de hablarle a tus superiores, Jason? Bien. Verás, Jason, la chica
está aquí. Bien, de mom…
—¡Cállate!
¡No le haréis nada!
—¿Y
quién nos lo va a impedir? ¿Un niño como tú?
—No
te dejaré que le hagas nada. Ni tú ni Lewis.
—Ah,
¿no? ¿Y eso por qué?
Un
instante de silencio reinó entonces.
—Vamos,
Jason, no tengo todo el día.
—No
tengo que darte explicaciones.
—Sí,
si quieres que la chica siga con vida. Y si no fuera así… dudo que hubieras
llamado a Will que, como bien sabemos, tú y Drake conocíais y trabaja aquí,
porque nunca habéis venido a nuestra casa. ¿Algo que objetar?
—No.
—Bien,
entonces, dime. ¿Por qué?
—No
lo sé.
—No
me digas, Jason, que… te has involucrado demasiado.
Pienso
de nuevo en aquello último. ‘Involucrarme’. Joder. Era mucho más que eso, muchísimo.
Abro
la puerta, y salgo a la azotea. Escruto todo a mi alrededor, y entonces
distingo una silueta, su silueta.
Me
pellizco, para comprobar que no estoy soñando, que es la primera noche desde
mis ocho años que no tengo pesadillas, y no me despierto.
Esto
aquí. De verdad. Y ella también.
Me
siento paralizado, no sé qué decirle, no sé siquiera si tengo algo que decirle.
Necesito hacerme a la idea de que la tengo frente a mí, de que ha venido… solo
por mí.
Y
entonces, se gira.
Abre
los ojos considerablemente, que tiene rojos (espero que debido al frío, aunque
sé de sobra que lo que realmente ocurre es que ha estado llorando), pero que
siguen siendo más hermosos de lo que recordaba, más hermosos de lo que he
podido distinguir a lo lejos estos últimos meses.
Luego
sonríe, y es como si todo a nuestro alrededor hubiese desaparecido, como si no existiese nada más, como si
nosotros fuésemos lo único que queda sobre la faz de la Tierra , y se acerca
corriendo hacia mí. Me rodea con sus brazos. Correspondo a su abrazo. Hace años
que no me abraza nadie, y sobre todo, estos últimos meses, que no he hablado
con nadie, se me hace raro el contacto con una persona.
Pero
no podría haber deseado a cualquier otro. Nunca.
Ella
clava sus ojos en los míos, de una manera tan especial, tan única… De una
manera que no había olvidado hasta el momento. Y que dudo que vaya a olvidar
algún día.
—Sé…
que esto es amor —susurro contra su oído.
—Sé
que te quiero —responde esa con su voz aterciopelada que hace que un escalofrío
recorra todo mi cuerpo.
Junto
nuestras frentes, nuestras miradas se entrelazan.
Sonrío.
—Sé
que te voy a besar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario